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martes, 17 de diciembre de 2013

FUGACIDAD

Siempre el tiempo es el mismo Nos cuenta la historia que en aquel tiempo, la gente vivía con lo puesto. Los pobres, casi todos, comían de las migajas del banquete de los opulentos. Las mujeres se escondían detrás de los muros de adobe de sus humildes viviendas a engendrar y parir los hijos del tedio y la desesperación. Los niños moqueaban mientras hacían lo que han hecho todos los niños siempre: jugar delante de las puertas de sus casas. Las enfermedades y la muerte bailaban sobre los tejados de cañas entretenidos en el juego de adivinar el sexo del próximo difunto. La miseria, la insalubridad, la falta de agua y alimentos diezmaban a las familias que, por esa razón entre otras, multiplicaban la especie. Y así fue creciendo el mundo animado; mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro del salón comedor de Dios. Y pasaron los siglos terriblemente lentos, -lentos como transcurren los ríos de lo eterno-, aquel tiempo no es sino tiempo olvidado en esta epifanía de nuevos contraluces. Siempre el tiempo es el mismo. Y nos sigue contando la historia (la historia, en este caso, es contemporánea) que llegaron los tiempos del teléfono móvil (el milagro perfecto, el maná de los pobres) Desde entonces, los pobres cambiaron las migajas por el chute agenciado en el mercado negro, (a golpe de teléfono se consiguen milagros si el escrúpulo es poco y el dinero, ilegal, sigue siendo de curso). Que hoy el mundo es un antro donde todo es posible, donde vender el alma es tan sólo un oficio -acaso un viejo oficio sabiamente aprendido- con el que conseguir generosas prebendas. (La miseria es la misma que contaban aquellas páginas tenebrosas de los libros sagrados en los que Dios hervía -paladín justiciero- su pócima de plagas contra todo lo infecto). Siempre el tiempo es el mismo. En estel tiempo la gente se moría de asco -un asco de sí mismos para el que nadie era capaz de recetar remedio-. Las mujeres lloraban amargamente por sus hijos muertos de sobredosis, o en reyertas callejeras producidas entre grupos mafiosos que se disputaban la esquina más propicia para mercadear su miseria. Los marginados, casi todos, esnifaban la mierda que caía de las mesas de los opulentos que a carcajada limpia planeaban su dominio desde sus torres blindadas. Las niñas y los niños, se prostituían ante la mirada perdida de una sociedad ensimismada que no acertaba a desterrar su miedo y su egoísmo.. El Sida, el cáncer, las enfermedades coronarias, el exceso de velocidad, las guerras selectivas, con sus consabidos daños colaterales, cabalgaron por todo el orbe como nuevos y esperpénticos jinetes del apocalipsis diezmando las familias, ya breves de antemano, por el férreo control de natalidad que les imponía su agitada existencia. La tierra bramó; el aire si hizo tóxico y los océanos abrieron sus tentáculos hasta ocupar toda la superficie del planeta. La Muerte. bailaba sobre las azoteas de asfalto entretenida en adivinar las causas que provocarían el siguiente fallecimiento Y así fue desapareciendo el mundo animado, mientras el otro, el estático, seguía pareciendo el cuadro impoluto del salón comedor de Dios. Siempre el tiempo es el mismo . Y pasaron, de nuevo, lentamente los siglos Y se puso la tierra a parir nuevamente. Y corrieron los ríos con su carga de peces. Y los mares se hicieron felizmente habitables. Y surgieron los bosques con esplendor antiguo. Y amaneció la vida desde la desmemoria de un Dios que se moría de puro aburrimiento. Siempre el tiempo es el mismo. Y seguirán pasando lentamente los siglos, y seguirá la vida muriendo lentamente hasta que ya no queden vestigios de nosotros y alguien venga de nuevo, perdida la memoria, a contar en parábolas la historia de los tiempos.