Os hablo de
la Navidad, desde un hogar confortable en el que el frío se queda en la puerta
y no faltarán las debidas celebraciones que, por estas fechas, se acentúan
entre la familia; un hogar en el que celebraremos “el amigo invisible” y Papá
Noel, y los Reyes Magos, todo según preferencias; donde tomaremos las doce uvas
entre cánticos, abrazos y buenos deseos; donde seremos felices a tope, aunque
al día siguiente cada cuál siga sumergido en unos problemas cotidianos que
nadie le resolverá.
Os hablo de
la Navidad porque toca hablar de la Navidad
y montar belenes, y alumbrar las calles con luces de fantasía, y
encender una vela en la terraza o poner el poster de un guapo y sonrosado niño
en la reja de los balcones. Un niño que es todo un primor como corresponde a la
divinidad y que, aunque nacido en un establo no tiene por qué oler a vaca y
puede, por qué no, tener un cabello rubio de ensortijados rizos.
Os hablo de
la Navidad, porque se respira desde hace tiempo, cada vez más pronto, un
ambiente navideño en los escaparates de los comercios, que contribuyen desde su
buen e interesado hacer a dar colorido a los deseos, a esos deseos contenidos durante
todo el año y que por estas fechas se hacen ineludibles; porque vuelven a
sacarse del trastero los abetos artificiales o se compran pequeños ejemplares
naturales que terminarán de secarse en el contenedor de la basura cuando pasen
estas fechas y todo vuelva a la cotidiana normalidad; porque los chinos han
llenado sus bazares de luces intermitentes, y bolas brillantes, y cintas de
raso de todos los colores, y nieve sintética, y corcho para imaginar árboles, y
todo lo imaginable para seguir creándonos esa sensación de felicidad que parece
envolvernos. Porque la imaginación, no lo olvidemos, es la fuente de la que se
nutren los avispados: los que venden cualquier cosa, los que hacen belenes que
se encienden a la introducción de una moneda en la correspondiente ranura; los
que anuncian entre burbujas rutilantes y exquisitas bellezas el conocido elíxir
de estas fiestas, los que hacen sofisticados arreglos con cantantes de primera
línea para anunciar la venta de una lotería que toca a pocos pero que tienta a
muchos.
Os hablo, en
fin de la Navidad porque es una festividad arraigada en el corazón de los
creyentes que se llenarán de emotivos recuerdos,
de actividades religiosas, de humildad, de propósitos de enmienda, de caridad para los desfavorecidos, de solidaridad con los ancianos que se agolpan en las
residencias, casi olvidados,, o de todos aquellos que están aquejados por el desahucio
o por la falta de trabajo; de los enfermos, de los que padecen privación de
libertad, de los inmigrantes, de los
emigrantes, de los disminuidos psíquicos o físicos, de…
Pero me
gustaría más hablaros del compromiso, de la entrega, de la verdadera redención de los hombres en
la tierra, hoy que nos deja uno de esos hombres que dignifican la condición
humana como es Nelson Mandela . Me gustaría no hacer demagogia en este escrito
y exigirles a los gobernantes que
cambien el modelo de la convivencia, que se puede; que lleguen a los más
desfavorecidos devolviéndoles la dignidad con un puesto de trabajo, que se
puede; que administren los impuestos, que son muchos el veinte por ciento más o
menos de todo lo que se mueve y se dejen de gastos inútiles, de propuestas
incoherentes, de medidas de consenso, de reuniones bilaterales, que se puede.
Tal vez, así,
algún día, alguien podrá hablar de una
constante Navidad sobre la tierra.