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lunes, 27 de enero de 2014

MALAS NOTICIAS




Aunque este artículo está escrito en el año 2003, me parece oportuno publicarlo ahora ya que, por desgracia, no ha perdido vigencia.

                                " Una mujer , en estado grave tras ser acuchillada por su hijo de catorce años.
                                 (ABC, 15-11-2003)"


Cuando la madre preparó la canastilla, lo hizo con ilusión. Era su primer hijo, ¿puede haber cosa más grande? Soñó cómo sería su pelo, el color de sus ojos, su sonrisa. Con un estremecimiento de placer, sintió sus primeras patadas. Se imaginó su voz, sus primeros pasos, sus juegos en el parque infantil. Era feliz.

Alguna vez, en lo más recóndito de sus sueños sintió miedo. Su hijo se tendría que enfrentar a una serie de pruebas que podían minar su personalidad; el esfuerzo que ella hiciera por su educación se podía ver anulado por influencias externas y nocivas.

Era sólo una sombra. Allí estaban ella y su esposo para evitar que algo de esto ocurriera. Y luego estaba la condición natural del bebé: ¿Cómo un hijo de padres responsables, nacido del encuentro del amor, educado en un ambiente en el que se condenaba la violencia, iba a ser un marginado, un drogadicto, un posible asesino...?

Sintió que se desvanecía su temor cuando acunó al hijo en sus brazos. Era un ángel, un pedazo de su carne que le sonreía con esa sonrisa inocente y pura que sólo tienen los bebés. Creció despierto, aplicado, responsable en sus estudios. Era un niño normal al que le gustaba el deporte y soñaba con emular a Raul o a Ronaldo. Era uno de tantos niños "normales" con toda una vida por delante para ocupar un puesto en la sociedad.

Pero un buen día se empiezan a notar cambios en el comportamiento. Algo va mal. ¿En qué hemos fallado?, se preguntan aquellos padres, tantos padres como ven que sus hijos han tomado el camino equivocado.

La sociedad calla y atiborra el mercado de los ordenadores con juegos de una violencia inusitada; la televisión socaba los más íntimos reductos del alma humana para llenar sus espacios de una carnaza pútrida que expone a cualquier hora del día; las guerras se dan como seriales de repetidos capítulos que ya no impresionan; las drogas se asoman a las puertas de los colegios, a las discotecas, a los bares donde se manifiesta la movida; la libertad, en fin, es sólo una palabra perdida en la maraña de los nuevos conceptos por los que se mueve una legión de desnortados. ¿Qué puedo hacer?, se pregunta el padre que ve que sus hijos se le escapan de ese control necesario y lógico.

La madre llora su impotencia; no siente las heridas. Ama a su hijo y se culpa de no haber sabido ver a tiempo. ¿Qué puede hacer la madre, si no llorar por su hijo?