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jueves, 13 de febrero de 2014

FILOSOFÍA Y CONSUMO.*

* (Artículo rescatado del cajón del olvido)




En los pasados días y mientras los más celebrábamos nuestra feria, los menos intentaban ganarse el sustento vendiendo lo que ha dado en llamarse "discos pirata", con un ojo puesto en la mercancía y otro en el paseo vigilando la posible llegada de algún policía o guardia civil, momento en el que recogían sus pesados fardos y se perdían por los aparcamientos de la Feria del Campo para volver pasados unos minutos a su delictiva actividad. Alguien me ha comentado que a alguno de estos vendedores se lo llevaron esposado recogiéndoles la mercancía.

Sin entrar en la cuestión de lo ilegal de esta actividad, sí quiero pararme en los motivos que obligan a estas familias, a utilizar este modo fraudulento de ganarse la vida. Se trata de  encontrar ese hueco que permita salir adelante en un país extraño en el que nada es tan fácil como alguien dijo.

Con reiterada frecuencia, diversos medios de comunicación se están haciendo eco de la piratería que existe en el mercado del disco y del descalabro al que esto puede llevar a las empresas discográficas y a los cantantes.

Como todo lo que nace orquestado, y bien orquestado,  el sonido de estas proclamas encontrará eco en un auditorio dispuesto a hacerse eco de todo lo que le digan desde esa  nueva célula familiar en la que se ha convertido la televisión y  a cuyo cordón umbilical, parece que todos estemos enganchados.

Decir que la piratería es un mal menor, sería a todas luces una incongruencia por mi parte, pero decir que la piratería puede estar revestida de legalidad, con lo cual deja de ser piratería, es algo que a todos se nos pasa por las mientes. Me explico: ¿Qué es lo que hace legal cualquier forma de comercio en un país de libre mercado?: Estar dada de alta como empresa , pagar el I.A.E., las liquidaciones trimestrales de I.R.P.F., bien por el método de contabilidad directa o por el de módulos concertados etc, etc. A partir de ahí, cada cual puede buscarse sus trucos sin temor a caer en la ilegalidad. Salvo pifias de gran envergadura, desde ese momento vale cualquier argucia que el comerciante avispado pueda introducir en su sistema para hacer llegar sus productos al consumidor.

En ese terreno, la "piratería legal" se mueve a sus anchas. Pueden por ejemplo, las empresas, utilizar tus datos personales, sacados de algún banco de datos que alguien se encarga de vender a los interesados, para acribillarte a ofertas utilizando una masa potencial de clientes a la que en ningún caso puede acceder el comercio tradicional, con la consiguiente reducción de precio final, pero no de beneficio para le empresa que al vender masivamente y sin intermediarios, puede abaratar  sus costos. Si a esto añadimos que tal empresa no tendrá más infraestructura que una recepcionista de pedidos y una conexión con fabricantes que, en función a las cantidades pedidas, también rebajarán su precio, podemos imaginarnos la reducción de costos laborales a la que se puede llegar. Si esto, además, se adereza con regalos que nunca son tales y se envuelve con toda suerte de argumentos baratos y poco fiables para dorar la píldora, podemos imaginar que el resultado final será óptimo.

Pueden los bancos y cajas de ahorro, convertidos últimamente en bazares, obsequiar con todo tipo de utensilios a quienes hacen imposiciones a largo plazo, o simplemente incrementan su cuenta en una época determinada. Así se ofrecen, ollas exprés, parcas, toallas, mantelerías, juegos de café, vajillas, cuberterías, edredones, bicicletas  y todo lo imaginable a cambio de un dinero que, aparentemente,  gozará del mismo interés que si no existiera el regalo, pero que, lógicamente, si no existiera el regalo podría dar mayor interés. Sin embargo, nadie pone freno a este pingüe negocio que va en detrimento del comercio tradicional. ¿Tienen patente de corso estas entidades para llegar con sus tentáculos a todo lo que se pone en su camino?. ¿ No sería más lógico, que los bancos captaran su pasivo a través de buenas ofertas de rentabilidad y no de esas rebuscadas artimañas que más parecen de bazar de todo a cien?

Enumerar aquí, la cantidad de métodos legales para ejercer la piratería (¿no es piratería la publicidad engañosa?), nos llevaría más espacio del que corresponde a un artículo, pero basten estos dos ejemplos como botón de muestra de las muchas argucias que permite la legalidad.

Es, sin embargo justo, llamar la atención sobre esa clandestina manera de inundar el mercado de copias de "discos estrella" que, según voces autorizadas, están a punto de hundir a la industria discográfica y a los cantantes en la ruina más absoluta. Aceptando que pueda haber algo de verdad en estas afirmaciones, yo creo que el mundo discográfico merecería un análisis más en profundidad para encontrar las verdaderas causas de esta crisis anunciada a bombo y platillo.

En relación con esta última proclama contra la piratería discográfica, me viene a la memoria lo que en alguna ocasión, leí en una revista de actualidad sobre la manera de repartir el dinero que el consumidor paga por un disco. Desde el que cobra los impuestos, hasta el que maqueta la carátula, hay un río de dinero engrosando esos mares que nunca sabremos a ciencia cierta el caudal que acogen, pero de los que tampoco, nunca, descubriremos el cieno de su fondo.

¿Se les ha ocurrido pensar, que rebajando su producto ( cosa  que la piratería está demostrando que puede ser posible) solucionarían el problema? Pero en ésta, como en tantas jugadas del consumo, lo que se pretende es eliminar al adversario para tener el campo libre y actuar desde la impunidad del monopolio.

Se quejan los cantantes, pobrecitos ellos, que sólo cobran diez, quince o veinte millones por actuación; se quejan las multinacionales a quienes no le gusta que alguien les haga sombra; se quejan, con lógica, los recaudadores, que ven la posibilidad de incrementar sus recursos, se supone que para buenas causas. Pero el consumidor, que a veces no puede acceder al original  porque el euro le impide estirazar hasta fin de mes,  aprovecha esas ofertas que el mercado ¿pirata? pone al alcance de su mano sin cuestionarse si ésta es una manera lícita o ilícita de hacerse con un producto parecido al " estrella".

Perseguir la piratería suena a cruzada nacional. Estos piratas, que suelen llegar en patera o en el inverosímil hueco de un camión tienen como primera intención  buscarse una vida que no encuentran en su lugar de origen; lo que ignoran, es que tampoco la encontrarán en el de llegada. No saben, o no pueden, trabajar en la industria; son ilegales, sin papeles, apátridas en un mundo que debiera ser uno, pero que es muchos a la vez. Algunos se organizan y crean el producto ilegal; otros , la mayoría los venden con un pequeño margen de beneficio que, como mucho, dará para ir tirando en esta parte del mundo que no es la bicoca que imaginaron. Al final serán cientos, miles de vendedores clandestinos que inundarán el mercado de copias de Corazón Latino, o de discos de  Chenoa,  Manu Tenorio, Bustamante... ese otro producto estrella creado al amparo del filón que ha supuesto Operación Triunfo. Lo curioso es que ellos, los chicos y chicas de este evento, recién incorporados a este mundo y millonarios ya en ventas y en galas multitudinarias, también se quejan de la piratería, aleccionados por quienes saben que su palabra sonará a limpia gracias a ese origen humilde del que casi todos presumen.

No es lícita la piratería ( aunque, a decir verdad, quién no ha copiado un disco, o una película de video o un programa de ordenador o ha fotocopiado un libro con la naturalidad de quien no se percata de que ese acto pueda estar infringiendo las leyes de la propiedad intelectual), pero mucho menos lícito debiera ser el abuso en el que caen quienes, libres de competidores, se dicen aquello de "ancha es Castilla".

El consumo y la vida  necesitan de una planificación lógica para no seguir cayendo en el error y en el abuso. No hay espacio suficiente, ni en el cerebro humano, ni en las viviendas de clase media, para albergar todo aquello que la industria y el comercio ponen a nuestro alcance. Sin embargo, nunca nos parece bastante lo que tenemos. Y aquí mi pregunta ¿es sólo el deseo de posesión el que mueve los entresijos de nuestra cacareada humanidad?