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domingo, 27 de abril de 2014

MEDITACIONES

Si al coronar la nieve de la edad las cumbres de  mi vida,
aún me cabe esperanza, y sueños, y proyectos,
se lo debo al progreso, al bienestar social, a la cultura,
al vecino de enfrente que me dice Acon Dios@ cada mañana
-prueba notoria de su buen deseo hacia mi persona-,
a la igualdad de oportunidades que no ha tenido en cuenta
que yo era primo hermano, por línea directa, de quienes padecen síndrome de Down ,
y pariente no muy lejano - por grado de pobreza-, de los limpiabotas,
de los vendedores de bolígrafos en los semáforos,
de los cómicos taurinos que dan vida al espectáculo del bombero torero...
Creer otra cosa sería necedad, arrogancia, prepotencia...
Y yo soy tan humilde
que aún conservo en la sangre las esencias del alma primigenia, esa
que alguien envolvió con el celofán de la inocencia.
 A mi edad,
no hace mucho, yo tendría sobre mí la etiqueta de viejo
en forma de arrugada piel y torpes ademanes,
sin embargo, ya ves, aún sigo aquí, empezando a sentirme vivo,
descubriendo una veta a la que asirme,
en  la que descubrirme,
 en la que conocerme.

(Qué intrincada es la senda por la que camina la humanidad!
Aún nos asombramos de los vestigios prehistóricos que van surgiendo ante nosotros.
Aquellos primeros trazos simples; aquellas rudimentarias herramientas,
aquellas restos fosilizadas que han dejado constancia de nuestro paso
en otros tiempos, en otras circunstancias...
Y sin embargo eran los mismos ingenios
que después pudieron volar, o surcar el fondo de los mares, o simplemente,
alargar la vida unos instantes.
Sólo necesitaron un poco más de tiempo,
más higiene, mejores alimentos, más deporte... Experiencia.
La experiencia es el pedernal elevado a metafísica,


la poesía descendiendo a lo cotidiano.
Todo es válido, complementario, unitario, aprovechable, eterno,
nuestra cultura pasará, pero no sus consecuencias. Y lo que venga después,
buscará en los papiros de nuestra antigüedad la razón de sus orígenes.

Un día, uno tan sólo de nuestros días, contiene el principio y el fin de la eternidad.
Todo el tiempo transcurre en un instante; lo demás son reflejos,
ondas que se expanden, murallas que se elevan sobre el tiempo fenecido.
En este instante propio he intentado la metáfora, he perseguido la palabra,
esa que a veces casi nadie entiende. He creído, he dudado.
Y ahora qué, me pregunto.
Ahora sé que estoy vivo, que una hora más de vida es un avance
de la naturaleza que me va a permitir seguir siendo. Que debo hacer poemas
para dejar constancia de mi paso por la caverna en la que habito,
sin otra pretensión que decir aquí estuve; aquí viví más años que la anterior generación
y por eso tuve tiempo de emborronar estas paredes
para decirte a ti, observador remoto, cómo era mi tiempo.

Reflejos, ondas, chispas que van y vienen, que se cruzan, que se funden...
Eso somos: sumos sacerdotes, pontífices de la existencia, referencias antediluvianas
sometidas a nuevas transgresiones; inocentes moléculas que un día
perderán sus propiedades de fusión y volverán a sumergirse en la negrura de la inconsciencia.
(Increíble!,  diréis desde vuestra nueva percepción. Sin saber que vosotros
también sois nosotros; que todos somos el mismo impulso en proceso evolutivo,
en imparable instinto de supervivencia.
Qué nos mueve, cuál es el sentido de nuestros actos, quién nos hace poetas,
o músicos, o influyentes líderes;
quién sembró en nuestros genes la peculiaridad de nuestra conducta,                                        
cuál es la verdad de nuestro instante...
Son, seguramente, las mismas  preguntas que se hicieron los dinosaurios
si nos permitimos atribuirles pensamiento;
las mismas preguntas que, mañana, os haréis vosotros

para dejarlas, otra vez, grabadas en las graníticas paredes de vuestra gruta.