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sábado, 31 de mayo de 2014

LLUEVE SOBRE MADRID

En las últimas semanas, en los últimos días, esta mañana... los políticos no se cansan de repetir las consignas. Ahora vamos mejor. Y mucho mejor que iremos (aunque eso no lo dicen) cuando suban el IVA. Parece como si al cruzar el ecuador del tiempo que corresponde a cada mandato, hubiera que irse planteando las siguientes elecciones con mensajes triunfalistas que nadie se cree como han demostrado las últimas elecciones al Parlamento Europeo.

Por eso, quiero dejar en este blog, hoy mejor titulado que nunca "LAS VOCES DEL SILENCIO", un artículo que escribí en su día pero que, por desgracia, sigue teniendo vigencia:


Llueve sobre Madrid,, sobre los leones del Palacio de  las Cortes, sobre la sangre que las  heridas que la democracia debiera  cauterizar dejaron en el asfalto, sobre las esperanzas de quienes  presagian un futuro incierto, sobre tantos y tantos propósitos como nos anuncian quienes dicen tener en su mano la salvación de España… Llueve  sobre la libertad de expresión,  sobre las manos abiertas, sobre la indignación de quienes ya no aguantan de pie sobre su miseria, sobre los desahuciados, sobre los inmigrantes que un día nos parecieron la salvación, sobre los emigrantes  -los nuestros- que ya no pensaban volver a salir del suelo patrio y  ahora vendimian en el sur de Francia, o despachan te en las teterías del viejo  París, o trabajan en Zara de Vía Lafayette,  sin que sus  luchados títulos de arquitecto, de médico, de psicólogo, de ingeniero, -pongan en todos el femenino-,  les sirvan para mucho. Llueve…

Pero no es el agua, benefactora por excelencia, la que borrará las huellas de la batalla campal del 25 S, la que se llevará en la fuerza de su corriente los ecos de la desolación, el grito de auxilio de quienes se atreven –porque hay muchos más que no nos atrevemos, que tenemos miedo o que, simplemente, miramos hacia otro lado-.

Hoy el agua forma ciénagas, atasca los embornales, se hace torrente  y arrasa con su fuerza todo lo que encuentra a su paso. No, no es el agua vivificadora que todos esperábamos. Urge limpiar los escollos para que la fluidez de su recorrido nos deje una sensación de paz en el corazón. Y en las calles.  Para que a las puertas del congreso se vaya a vitorear y a celebrar  nuestra democracia. y no a otra cosa.

Ha pasado la hora de buscar culpables,               de llevarse las manos a la cabeza por lo que hoy toca hacer para paliar el despilfarro de quienes nos dejaron de esta guisa. Ha pasado la hora de los enfrentamientos verbales y de los otros  más contundentes- como el del 25S a las puertas del Congreso de los Diputados. Alguien tiene que darse cuenta –por favor que se den-de que lo único que nos divide es la dignidad, la que se pierde cuando se pierden el trabajo y las referencias, la que nos amarga convirtiendo en bilis nuestras intenciones.

Ya no sé si creo en los políticos, en sus mensajes electoralistas que olvidan nada más llegar al poder. Hubo un tiempo en el que sí creía, en el que veía a personas comprometidas con la sociedad, en el que se daban pasos para salvar diferencias, para conseguir mejoras sociales. Después, no sé por qué, vino la debacle. Y todo se volvió turbio. Y llegó la corrupción. Y se olvidaron de la democracia.

No me gusta que un ministro diga que la policía se portó espléndidamente pese a sus brutales  cargas, porque se supone que un ministro no es un policía, que un ministro lo es para evitar  precisamente eso, los enfrentamientos.
Las armas de la Democracia no deben ser las porras, ni las escopetas que disparan balas aunque sean de goma. Las armas de la Democracia deben ser las palabras, y si estas no son capaces de solucionar los conflictos habrá que echar mano de los referéndums,  porque en último extremo, debe ser el pueblo quien decida  quién y cómo nos deben gobernar
Y lo primero que en política debe venirnos a los ojos  es que quienes nos representan,  aquellos que con nuestro voto se hicieron cargo del gobierno, están luchando por nuestros intereses, por los mismos intereses que proclamaron en  campaña electoral. Porque hacerlo de otra manera es traicionar al electorado por mucho que las circunstancias, cuya interpretación siempre será subjetiva,  alarmen a nuestros dirigentes.
A nadie nos hubiera importado  apretar nos el cinturón hasta el estrangulamiento si lo que nos dijeron con la seguridad y la rotundidad con que lo hicieron, lo hubieran llevado a efecto. Léase no a la subida de impuestos, no a la privatización de las instituciones públicas,  y tantas hermosas palabras con las que nos vendieron el cambio.  O si nos hubieran dicho con la misma rotundidad, que las medidas a tomar, eran las que se están tomando porque no había otra salida. Eso es lo que se espera  de los políticos, sea cual sea su signo: Sinceridad.

Una sinceridad que evite unos enfrentamientos que provienen de la indignación  de  quienes, cansados de tanta mentira,  faltos de esperanza y de futuro se dan al recurso del pataleo como única medida de protesta.  Nunca unas manos abiertas debieran provocar violencia. Nunca unos gobernantes debieran justificar el empleo de la fuerza represiva.


Si  la Democracia no sirve para salvar diferencias, ¿para qué sirve?