Por eso, quiero dejar en este blog, hoy mejor titulado que nunca "LAS VOCES DEL SILENCIO", un artículo que escribí en su día pero que, por desgracia, sigue teniendo vigencia:
Llueve sobre Madrid,, sobre los leones
del Palacio de las Cortes, sobre la
sangre que las heridas que la democracia
debiera cauterizar dejaron en el asfalto,
sobre las esperanzas de quienes
presagian un futuro incierto, sobre tantos y tantos propósitos como nos
anuncian quienes dicen tener en su mano la salvación de España… Llueve sobre la libertad de expresión, sobre las manos abiertas, sobre la
indignación de quienes ya no aguantan de pie sobre su miseria, sobre los
desahuciados, sobre los inmigrantes que un día nos parecieron la salvación,
sobre los emigrantes -los nuestros- que
ya no pensaban volver a salir del suelo patrio y ahora vendimian en el sur de Francia, o despachan
te en las teterías del viejo París, o
trabajan en Zara de Vía Lafayette, sin
que sus luchados títulos de arquitecto,
de médico, de psicólogo, de ingeniero, -pongan en todos el femenino-, les sirvan para mucho. Llueve…
Pero no es el agua, benefactora por
excelencia, la que borrará las huellas de la batalla campal del 25 S, la que se
llevará en la fuerza de su corriente los ecos de la desolación, el grito de
auxilio de quienes se atreven –porque hay muchos más que no nos atrevemos, que
tenemos miedo o que, simplemente, miramos hacia otro lado-.
Hoy el agua forma ciénagas, atasca los
embornales, se hace torrente y arrasa
con su fuerza todo lo que encuentra a su paso. No, no es el agua vivificadora
que todos esperábamos. Urge limpiar los escollos para que la fluidez de su
recorrido nos deje una sensación de paz en el corazón. Y en las calles. Para que a las puertas del congreso se vaya a
vitorear y a celebrar nuestra
democracia. y no a otra cosa.
Ha pasado la hora de buscar culpables, de llevarse las manos a la cabeza
por lo que hoy toca hacer para paliar el despilfarro de quienes nos dejaron de
esta guisa. Ha pasado la hora de los enfrentamientos verbales y de los
otros más contundentes- como el del 25S
a las puertas del Congreso de los Diputados. Alguien tiene que darse cuenta
–por favor que se den-de que lo único que nos divide es la dignidad, la que se
pierde cuando se pierden el trabajo y las referencias, la que nos amarga
convirtiendo en bilis nuestras intenciones.
Ya no sé si creo en los políticos, en sus
mensajes electoralistas que olvidan nada más llegar al poder. Hubo un tiempo en
el que sí creía, en el que veía a personas comprometidas con la sociedad, en el
que se daban pasos para salvar diferencias, para conseguir mejoras sociales.
Después, no sé por qué, vino la debacle. Y todo se volvió turbio. Y llegó la
corrupción. Y se olvidaron de la democracia.
No me gusta que un ministro diga que la
policía se portó espléndidamente pese a sus brutales cargas, porque se supone que un ministro no es
un policía, que un ministro lo es para evitar
precisamente eso, los enfrentamientos.
Las armas de la Democracia no deben ser
las porras, ni las escopetas que disparan balas aunque sean de goma. Las armas
de la Democracia deben ser las palabras, y si estas no son capaces de
solucionar los conflictos habrá que echar mano de los referéndums, porque en último extremo, debe ser el pueblo
quien decida quién y cómo nos deben
gobernar
Y lo primero que en política debe venirnos
a los ojos es que quienes nos
representan, aquellos que con nuestro
voto se hicieron cargo del gobierno, están luchando por nuestros intereses, por
los mismos intereses que proclamaron en campaña electoral. Porque hacerlo de otra
manera es traicionar al electorado por mucho que las circunstancias, cuya
interpretación siempre será subjetiva,
alarmen a nuestros dirigentes.
A nadie nos hubiera importado apretar nos el cinturón hasta el
estrangulamiento si lo que nos dijeron con la seguridad y la rotundidad con que
lo hicieron, lo hubieran llevado a efecto. Léase no a la subida de impuestos,
no a la privatización de las instituciones públicas, y tantas hermosas palabras con las que nos
vendieron el cambio. O si nos hubieran
dicho con la misma rotundidad, que las medidas a tomar, eran las que se están
tomando porque no había otra salida. Eso es lo que se espera de los políticos, sea cual sea su signo:
Sinceridad.
Una sinceridad que evite unos
enfrentamientos que provienen de la indignación
de quienes, cansados de tanta
mentira, faltos de esperanza y de futuro
se dan al recurso del pataleo como única medida de protesta. Nunca unas manos abiertas debieran provocar
violencia. Nunca unos gobernantes debieran justificar el empleo de la fuerza
represiva.
Si
la Democracia no sirve para salvar diferencias, ¿para qué sirve?