A veces, la acidez, es fruto del exceso.
Sabido es que después de grandes ingestiones, uno tiene que echar mano del
bicarbonato o de la sal del fruta AENO@, para regular las disfunciones
que se obran en nuestro estómago. Ni que decir tiene, que el resultado es
obvio, y que después de tres o cuatro buenos eructos, vuelve la normalidad y
nos sentimos tan ricamente.
Algo parecido, y permítaseme la comparación,
ocurre con la crítica cuando ésta excede a su justo cometido en una sociedad
democrática. Porque lo que es evidente es que la sociedad debe ser democrática
para que la crítica sea permitida. (Cuántos críticos, buenos críticos, se han perdido en las dictaduras,
que hubieran podido elevar su función a la categoría de Arte Mayor! Pero había
que callar y tragarse todo lo que nos fueran echando por mor de no ser
catalogado como Adesafecto@ (se las trae la palabreja).
Yo, que ciertamente nunca me he considerado
capaz de la crítica, reconozco no haber tenido mayores problemas en la vida
cuando, ésta, la crítica era imposible. Todo es cuestión de circunstancias:
Calla el padre, calla el hijo. Si el padre no habla por algo será. Y todo
transcurre sin más trascendencia. Si uno veía un burro volando se decía: Apues no sabía yo que los burros
volasen@. Y así, los unos hablando por
lo bajini, los otros acostumbrados a no hablar, hubiéramos pasado la otra mitad
de nuestra vida sin atrevernos a levantar nuestra voz, por muy aflautada que
ésta sonara
Hoy, afortunadamente, todos podemos hablar: los
que saben y los que no sabemos. Y todo porque un buen día se instaló la
democracia en nuestro país. Y alguien dijo: podéis hablar. Desde entonces han
proliferado los iconoclastas, los pragmáticos, los biempensantes, los limpios
de corazón, los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio.
Y como si nunca hubiera sido de otra manera, nos hemos puesto a largar, hasta
tal punto, que se ha llamado a los medios de comunicación, el cuarto poder, tal
ha sido la fuerza de la palabra durante tantos años amordazada.
Pero ha sido tal la ingestión que la
liberalidad ha producido que, inevitablemente, se ha manifestado la acidez, la
pesadez, la reiteración, la mala leche... todo en dosis de escándalo.
Me viene a la memoria uno de esos cuentos con
moraleja; de los que el vulgo eleva a la categoría de axioma: Entró aquel
muchacho de aprendiz de carpintero
cuando los aprendices eran como pupilos del maestro, es decir, dormían y comían
en la casa. La primera mañana, la mujer del maestro le puso de almuerzo un
huevo cocido y el maestro lo mandó a aserrar troncos para que fuera aprendiendo
a manejar tan difícil herramienta. Ligero y animado por el frugal almuerzo
cogió un ritmo rápido que acompañó de esta cantinela : AComo un huevo, como un huevo,
como un huevo...@; vista por el maestro la
celeridad que el huevo había infundido al aprendiz,, aconsejó a la mujer que al
día siguiente le pusiera dos huevos como almuerzo para ver hasta dónde podía
llegar la rapidez del muchacho. Satisfecho por la mejora en el almuerzo, el
mozo, cogió un ritmo algo más acelerado que el del día anterior y lo acompañó
de parecida cantinela: AComo dos huevos, como dos
huevos, como dos huevos...@, repetía incansable. Esto marcha, se dijo el
maestro, y volvió a sugerir a la mujer que aumentara los huevos del almuerzo.
Así lo hizo y al día siguiente le puso tres de los más hermosos que había en el
gallinero. El zagal supo con la vista que aquello era demasiado y los comió con
recelo; y en efecto, notó cómo el tercero le producía cierta pesadez en el
estómago. Cuando el maestro lo mandó a aserrar, el muchacho se encontraba
verdaderamente mal. Con desgana, y con un ritmo lentísimo, comenzó a manejar la
sierra diciendo Atanto lo más como lo menos,
tanto lo más como lo menos...@
Y es esta moraleja, la que humildemente creo
que se debe aplicar en todos los órdenes de la vida, y más concretamente en lo
que en este artículo pretendo manifestar:
el equilibrio debería ser la virtud más ponderada de todo crítico que se
precie de serlo. El respeto a las instituciones y a las personas que las rigen
(ojo, que nadie lea vasallaje o servilismo), no está reñido con la firmeza en
el decir si verdaderamente hay que decir; de la misma manera, que el elogio ante una gestión bien realizada, no
es síntoma de debilidad o de amiguismo.
Piénsese la crítica, fundaméntese el motivo y
téngase la magnanimidad suficiente y exigible a toda persona que se atreva a
erigirse en valedor de opiniones.
No sea que, como al aprendiz de nuestro
cuento, se nos indigesten los huevos.