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martes, 27 de mayo de 2014

SOBRE LA CRÍTICA (un exceso de huevos)




A veces, la acidez, es fruto del exceso. Sabido es que después de grandes ingestiones, uno tiene que echar mano del bicarbonato o de la sal del fruta AENO@, para regular las disfunciones que se obran en nuestro estómago. Ni que decir tiene, que el resultado es obvio, y que después de tres o cuatro buenos eructos, vuelve la normalidad y nos sentimos tan ricamente.

Algo parecido, y permítaseme la comparación, ocurre con la crítica cuando ésta excede a su justo cometido en una sociedad democrática. Porque lo que es evidente es que la sociedad debe ser democrática para que la crítica sea permitida. (Cuántos críticos, buenos críticos, se han perdido en las dictaduras, que hubieran podido elevar su función a la categoría de Arte Mayor! Pero había que callar y tragarse todo lo que nos fueran echando por mor de no ser catalogado como Adesafecto@ (se las trae la palabreja).

Yo, que ciertamente nunca me he considerado capaz de la crítica, reconozco no haber tenido mayores problemas en la vida cuando, ésta, la crítica era imposible. Todo es cuestión de circunstancias: Calla el padre, calla el hijo. Si el padre no habla por algo será. Y todo transcurre sin más trascendencia. Si uno veía un burro volando se decía: Apues no sabía yo que los burros volasen@. Y así, los unos hablando por lo bajini, los otros acostumbrados a no hablar, hubiéramos pasado la otra mitad de nuestra vida sin atrevernos a levantar nuestra voz, por muy aflautada que ésta sonara

Hoy, afortunadamente, todos podemos hablar: los que saben y los que no sabemos. Y todo porque un buen día se instaló la democracia en nuestro país. Y alguien dijo: podéis hablar. Desde entonces han proliferado los iconoclastas, los pragmáticos, los biempensantes, los limpios de corazón, los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio. Y como si nunca hubiera sido de otra manera, nos hemos puesto a largar, hasta tal punto, que se ha llamado a los medios de comunicación, el cuarto poder, tal ha sido la fuerza de la palabra durante tantos años amordazada.

Pero ha sido tal la ingestión que la liberalidad ha producido que, inevitablemente, se ha manifestado la acidez, la pesadez, la reiteración, la mala leche... todo en dosis de escándalo.


Me viene a la memoria uno de esos cuentos con moraleja; de los que el vulgo eleva a la categoría de axioma: Entró aquel muchacho de  aprendiz de carpintero cuando los aprendices eran como pupilos del maestro, es decir, dormían y comían en la casa. La primera mañana, la mujer del maestro le puso de almuerzo un huevo cocido y el maestro lo mandó a aserrar troncos para que fuera aprendiendo a manejar tan difícil herramienta. Ligero y animado por el frugal almuerzo cogió un ritmo rápido que acompañó de esta cantinela : AComo un huevo, como un huevo, como un huevo...@; vista por el maestro la celeridad que el huevo había infundido al aprendiz,, aconsejó a la mujer que al día siguiente le pusiera dos huevos como almuerzo para ver hasta dónde podía llegar la rapidez del muchacho. Satisfecho por la mejora en el almuerzo, el mozo, cogió un ritmo algo más acelerado que el del día anterior y lo acompañó de parecida cantinela: AComo dos huevos, como dos huevos, como dos huevos...@,  repetía incansable. Esto marcha, se dijo el maestro, y volvió a sugerir a la mujer que aumentara los huevos del almuerzo. Así lo hizo y al día siguiente le puso tres de los más hermosos que había en el gallinero. El zagal supo con la vista que aquello era demasiado y los comió con recelo; y en efecto, notó cómo el tercero le producía cierta pesadez en el estómago. Cuando el maestro lo mandó a aserrar, el muchacho se encontraba verdaderamente mal. Con desgana, y con un ritmo lentísimo, comenzó a manejar la sierra diciendo Atanto lo más como lo menos, tanto lo más como lo menos...@
Y es esta moraleja, la que humildemente creo que se debe aplicar en todos los órdenes de la vida, y más concretamente en lo que en este artículo pretendo manifestar:  el equilibrio debería ser la virtud más ponderada de todo crítico que se precie de serlo. El respeto a las instituciones y a las personas que las rigen (ojo, que nadie lea vasallaje o servilismo), no está reñido con la firmeza en el decir si verdaderamente hay que decir; de la misma manera, que  el elogio ante una gestión bien realizada, no es síntoma de debilidad o de amiguismo.

Piénsese la crítica, fundaméntese el motivo y téngase la magnanimidad suficiente y exigible a toda persona que se atreva a erigirse en valedor de opiniones.

No sea que, como al aprendiz de nuestro cuento, se nos indigesten los huevos.