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miércoles, 11 de junio de 2014

CUÉNTAME UN CUENTO.

    Prólogo


Me gustaría que esto que voy a comenzar a narrar, fuera sólo eso una narración, uno de esos cuentos que después de dejarte mal sabor con su lectura, reconoces como una literatura más o menos original, y no una historia tan dramáticamente real que consta en el expediente 751/332l del Juzgado de lo Penal de Manzanares.
Fui el preso nºº 33345 del centro penitenciario de alta seguridad de Herrera de la Mancha y ahora soy el interno nº 1131 del psiquiátrico "La Atalaya" en Ciudad Real.
No conocí a mi padre, fallecido en accidente ferroviario unos meses antes de mi nacimiento, pero dudo que de haberlo tenido a mi lado durante mi fatídica existencia, las cosas hubieran sido de otra manera. Es más, de haber sido así, puede que, ahora, tuviese una muerte más sobre mis espaldas.
No soy un asesino, pero tampoco un enfermo mental. O puede que sí. Pero si yo soy un asesino o un enfermo , la sociedad que facilita estas atrocidades es también una sociedad asesina y enferma.
En los pocos intervalos de claridad que me deja el desproporcionado tratamiento al que me someten, he madurado una serie de ideas y reflexiones que tengo almacenadas en la parte lúcida de mi cerebro y a las que me aferro para no sentirme el más ruin de los mortales. Dichas reflexiones son:
1º No existe suficiente legislación sobre el consumo y la distribución de droga y, por supuesto, el seguimiento y recuperación de las personas afectadas es prácticamente nulo.
2º La sociedad facilita los medios para que los jóvenes caigan en esta situación de dependencia al no ejercer un riguroso control sobre los locales y puntos de alterne en los que se vende y consume todo tipo de estupefacientes.
3º Los horarios permitidos en este tipo de establecimientos, son un acicate para quienes, buscan en la movida la salvación del mundo,  un mundo prostituido por el consumo de otra droga que, menos letal, tiene también perniciosos efectos: dominio, poder, agravio comparativo, soberbia, prepotencia, despotismo, hipocresía, avaricia, envidia, etc. todos entenderán que me estoy refiriendo al capitalismo
4º la dificultad en encontrar un trabajo, hace que miles de jóvenes desocupados busquen alternativas en la delincuencia; alternativas  que siempre empieza por pequeños hurtos, tirones de bolso, robos con intimidación y toda suerte de añagazas para conseguir la economía que les permita satisfacer sus caprichos y necesidades. Es el inicio de una escalada delictiva que nunca se sabe cómo terminará.
No sé si el orden de estos puntos será el adecuado ni sé si mis reflexiones  están expuestas de manera adecuada; es igual, después de todo no pretendo hacer un tratado sobre las causas y efectos que han incidido en mi personalidad. Sólo quiero ampararme en estas cavilaciones, como descarga a mis muchas culpas; pero consciente de que los hechos que se me imputan son rigurosamente ciertos y producto de una mente depravada, siento que no habrá una pena que me redima, si no es la pena de muerte. Como esto no es posible en el estado español sólo tengo una salida: el suicidio; acto que no dejaré de intentar por todos los medios que se pongan a mi alcance..


I

¡¡¡Mamá...!!!
-¿Quieres que te cuente un cuento, recuento, que nunca se acaba...?
El niño, curioso, ávido de la cantinela por la que la voz de su madre llegaba hasta sus oídos, reía y decía que sí, aún sabiendo que aquello no pasaría de allí; que no habría fantasmas, ni dragones, ni pajes rubios por los que se deslizara el cuento.
- Yo no digo ni que sí, ni que no, sólo digo que si quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba...
Nervioso, divertido, impaciente, el niño cambiaba su respuesta. Sabía que daría igual, que su contestación no iba a variar la letanía que una y otra vez repetía su madre. Y eso era lo  que él quería en definitiva: que aquella voz, aquella hermosa voz, no dejara de cosquillearle, de acariciarle como nunca más volvería a ser acariciado por voz alguna; que los matices, el tono,  las inflexiones en la pronunciación, la comicidad en la expresión, llenaran esos instantes plenos de comunicación afectiva.
-Que yo no digo ni que no,  ni que sí, sólo digo que si quieres que te cuente..., volvía a decir la madre zarandeándolo cariñosamente.
-¡Que sí...!, carcajeó el niño incapaz de sustraerse al encanto de aquel juego de afectos.

II

El recuerdo de la inocente carcajada rompió el sortilegio. Se incorporó sobre el catre de la aséptica celda en la que cumplía condena. Miró hacia el alto ventanuco por el que se adivinaba la libertad, aunque no era la luz, cambiante, que ya se sabia de memoria, ni el gorjeo de las alondras, que poblaban el cercano parque, colándose estridentes por entre los barrotes, lo que añoraba en su soledad. Su añoranza, su sensación de privación de libertad nacía desde el fondo de su alma, desde el más recóndito lugar en el que pudiera considerarse persona; podía ser, éste,  el corazón, el cerebro, el estómago; porque en todos esos lugares de su organismo sentía el daño: el corazón le oprimía el pecho, el cerebro martilleaba una y otra vez su culpa, el estómago le producía náuseas. Era insoportable seguir sintiéndose vivo en tal estado de culpabilidad, no había otra libertad que la muerte,  pero eran vanos sus intentos de suicidio que siempre tropezaban con las inflexibles reglas de seguridad de la prisión; deprimente el lento paso de las horas al que estaba atrapado de por vida...
- Cuéntame el cuento que nunca se acaba, mamá. Sollozó...

III

El antro -ahora comprendía que aquello no podía llamarse de otro modo-, poseía todo lo que su juventud exaltada le exigía: guapas muchachas de carnes abundosas y generosamente exhibida; cubalibres tiernecicos ( a quién oyó llamarlos así por primera vez), que entraban sin sentir, inundando su sangre de cantidades insostenibles de alcohol; una música pegadiza y rítmica que invitaba a moverse sin control,  y aquellas pastillas con las que el mundo desaparecía de su mente quedando sólo marcha, ¡marcha!, ¡¡ marcha...!!

-¡Me vas a matar hijo, me vas a matar!... Bien hizo tu padre muriéndose antes de saber lo que había engendrado. ¿No te da vergüenza ver cómo me mato a trabajar mientras tú te dedicas al golferío?. ¡Eres...!

No terminaba la frase la madre. Ya para qué. Eran tantas las veces, tantos los caminos emprendidos para luchar contra aquella fuerza que anulaba la de su hijo.. La única vez que se atrevió a denunciarlo, impotente ya, herida de muerte en el alma y magullada en la carne por quien nunca creyó que se atreviera a pegarle, sintió que el corazón iba a salírsele del pecho. Lloró amargamente durante las semanas que estuvo internado en un centro de menores y lo abrazó como loca a su regresó. Desde ese momento se  hizo el firme propósito de no separarse nunca más de aquél ser que era una prolongación del propio." Lo que sea de ti, sera de mí", se dijo.

-¡No me mires así, vieja puta!, ¡hago lo que me sale de los cojones!, ¿te enteras?: la mano en el aire, amenazante el gesto, iracundos los ojos inyectados en droga!
-Me vas a matar...
-¡Un día. Te mataré un día!

"¡Cuéntame el cuento que nunca se acaba...!"  ¡¡¡Mamá!!! ¡¡¡Mamá...!!!, rugió más que gritó, en un acceso de impotencia.

IV

Se despertó tranquilo. Estaba en la enfermería de la penitenciaría. Le habían sedado y la ansiedad había dejado paso a la reflexión. Estaba atado a los barrotes de la cama y descartó, como en otras ocasiones el suicidio.
"¡Pero qué puedo hacer, Dios...! ¿Quién coño eres, si eres capaz de engendrar tanto mal en una persona? Yo era feliz, alegre, divertido. ¡Qué guapo es su hijo!, le decían a mi madre con envidia todas las vecinas. ¡El más listo de la clase, con diferencia!, le decían mis maestros. Y yo sonreía. Y mi madre sonreía. Y cogidos de la mano, emprendíamos el regreso a casa, a nuestra casa, tan humilde como limpia; tan modesta como acogedora.

No acierto a encontrar la hora en que todo cambió, ni comprendo por qué una persona lúcida se ve envuelto en una nebulosa que le impide reaccionar ante el despropósito. O es que el pensamiento, antes de llegar al cerebro, se desvía por la bragueta y pierde la noción de la realidad.
Lo cierto es que aquella mujer , la que me desvirgó, estaba como un tren, y yo estaba en el andén con la luz roja destellante. Era sabia; puta y sabia en los asuntos del sexo. Y me metió el veneno en la sangre. Por ella hice mis primeros robos, para regalarle la  ropa íntima más cara que exhibían en las corseterías de Serrano, para llevarla a lujosos hoteles en los que pasábamos la noche en total desenfreno. Robar era fácil, la gente se acojona en cuanto ve una pistola, aunque sea de juguete. Sólo hay que hablar con energía y montarse bien el numerito. En la primera joyería el dependiente se cagó; así, literalmente. El olor que se produjo era insoportable. ¡Maldito cagón! ¡Dame las joyas o te meto el cargador en el cuerpo! ¡vaya que si me las dio!, y sin pérdida de tiempo. Luego era cuestión de encerrarlo en el baño y salir echando leches.
Pero la puta quería más de todo: más dinero, más sexo, más tiempo. El empujón en la estación de Sol, fue limpio y exacto. Nadie lo notó y a mí que me registren. En una fracción de segundos había desaparecido del mapa.

V

Mi madre tenía las manos bastas, llenas de callos y sabañones. Pero nunca una caricia me supo como las suyas. Me dormía arrullado por su voz, ¿lo he dicho?, era dulce. Y su olor corporal era tan limpio que ningún perfume podría igualarlo. ¿dónde estás mamá? Debiste encerrarme, debiste matarme la primera vez que te crucé la cara con esta mano que no he tenido el valor de cortarme. ¡Cuéntame el cuento recuento que nunca se acaba...!

Hacer una cosa por primera vez, sea matar, robar o violar a una niña pija, es algo que puede parecer difícil para aquellos cuya vida transcurre por cauces normales: trabajo, familia, hipoteca..., pero incluso estos, habrán comprobado que hay cosas que, hechas una vez, hechas ciento. Hablo de pequeñas infidelidades, de mentiras para salir de un atolladero, de la devolución de un recibo del préstamo, de la pintada en la puerta del vecino diciéndole que es un capullo presumido..., cosas que no constituyen un delito propiamente dicho, pero que demuestran la fragilidad de los principios del ser humano, o que estos principios están sometidos a las circunstancias. Pues así es con todo. Mi primer cigarrillo llegó después de una lucha interna con los consejos con los que mi madre había intentado salvarme de posibles caídas. Me dije, bah, qué importancia puede tener un cigarro. Fue igual con el primer cubata, con la primera salida nocturna... seguir descendiendo por aquella pendiente fue tarea fácil. Cuando me dí cuenta -bueno, no me dí cuenta, si me hubiera dado,  no me encontraría en el lugar en el que me encuentro-, estaba pillado por todos lados. Mi atractivo personal también ha jugado en mi contra. Las mujeres se me daban bien, pero eso costaba una pasta que tenía que sacar de algún sitio. El alcohol y las drogas fueron una consecuencia lógica en aquel arrebato de pasiones que inundaba mi sangre.

Los ojos de mi madre se fueron apagando; su carácter, amable por naturaleza , se volvió taciturno y sus súplicas se tornaron exigencias. La empecé a mirar como a un enemigo y me molestaba la idea de que cada noche, al regresar de mis juergas, estuviera allí dándome la paliza, amenazándome con volver a poner otra denuncia o poniéndome las maletas en el pasillo. Ahora sé, en este momento de lucidez, sé, cuánto debió sufrir por mi culpa; pero entonces sólo veía a una vieja gruñona tratando de amargarme la existencia. ( ¿Cómo es posible que yo pudiera tener siquiera concepto de existencia? ) Así que no lo dudé. Una de esas noches la golpeé hasta dejarla sin sentido; después la cogí sobre mis hombros -estaba tan delgada que no resultó difícil- y subí hasta la azotea. Eran cinco pisos sin ascensor por una escalera estrecha de uno de esos barrios suburbiales a los que vinieron a parar los emigrantes. Llegué jadeando, loco de deseo por arrojar su cuerpo al vacío. Así se acabarían sus engorrosas retahílas. Por un momento abrió los ojos aturdida. Incapaz de sostener su mirada la volví a golpear y todo volvió al  silencio. De repente, sentí una presencia extraña, como si unos ojos me taladraran por la espalda. Me volví asustado hasta que descubrí que una lechuza me miraba impasible desde una cornisa cercana. Agité los brazos y huyó con un aleteo poderoso. Puse el cuerpo de mi madre sobre el alféizar de la terraza y lo empujé decidido. A los pocos segundos, oí un golpe sordo y el grito asustado de algún viandante.

VI

"Quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba..."

Pobre mamá. Tan blanca, tan dulce, tan buena... Ojalá pudiera devolverte la vida. Ojalá me hubiera muerto en una de esas orgías inacabables con las que te destrozaba el alma.  Te quiero tanto... No me culpes. La vida es una triste senda por la que se deambula sin norte. De aquí me sacarán para meterme en un manicomio. Dicen que lo mío es una enfermedad paranoica. Ya sé lo que me espera. Me atiborrarán de pastillas. Es curioso, mi vida y las pastillas. Un maridaje inviolable. Pero no podré matarme porque nunca pondrán a mi alcance más de las que mi organismo pueda permitir. Así estaré hasta que un día se le ocurra a alguien decir que estoy curado. Y vuelta a empezar. Como en tu cuento. No saben que lo que anhelo es morir. Reunirme contigo en ese onírico lugar en el que todo es posible. ¡¡¡Mamá...!!!