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lunes, 23 de junio de 2014

PREGÓN DE PAZ.

Repasando mis viejos escritos, me encuentro con este que recién inaugurado el siglo XXI sirvió para pregonar las fiestas de la VIRGEN DE LA PAZ. Como creo que estas reflexiones siguen siendo válidas a día de hoy, me permito incluirlo en este blog que ala final se convertirá en mi archivo personal


Difícil misión esta que se me ha encomendado, de ser, en este tiempo, pregonero de las fiestas de la Paz. La primera pregunta que asoma a esta laguna por la que el entendimiento navega: ¿Qué es la paz? Porque la paz no sólo es la ausencia de la guerra; la paz es como indica el diccionario en la acepción que más se acerca a lo que quiero dar a entender: "virtud que pone el ánimo a tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y a las pasiones". Y si esto es así, que lo es, qué pocos humanos vivimos en paz, en esa paz que se desprende , por ejemplo, de la armonía vegetal en la que las flores crecen en sin par policromía, sin que la belleza de unas estorbe la originalidad de otras, y sin otro sentido que el de formar parte de un todo universal.

La paz, es otra de esas palabras, de difícil interpretación y de más difícil ubicación. Sólo los muertos viven en paz, en esa paz del cementerio presidida por el sereno ciprés que cimbrea su esbelta arquitectura. No hay más paz sobre la tierra, porque el espíritu del ser humano siempre es inquieto. Ni los místicos han sido capaces de evadirse de las turbaciones del espíritu, no hay más que leer a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa de Jesús o a Sor Juana Inés de la Cruz, para darse cuenta de que incluso en los momentos de excelsitud el espíritu es torturado por esa amalgama de pasiones y sensaciones que lo conforman.

Y está bien que esto sea así. De ahí dimana la grandeza del ser humano, pero, ay, también su miseria.
Hace falta predisposición para vivir en paz; no en la paz que busca el ermitaño ausentándose del mundo y encomendándose a Dios y a la oración; sino para vivir en ese mundo en el que cabe el vecino, el hermano, el cronista deportivo, el peluquero, el que profesa el mismo oficio, el contrario, el exigente, el egoísta, el crítico, el político, el sacerdote, el maestro, el albañil, el emigrante, el pobre, el marginado, el triste, el soberbio, el ambicioso... hace falta predisposición para inventar la paz cotidiana, esa que pone el ánimo a tranquilidad y sosiego...

Porque esta predisposición en las cosas cotidianas evitará que caigamos en mayores desastres, en desastres -cómo no hacer alusión a ellos-, como los que se están viviendo en el mundo desde el 11 de Septiembre del pasado año. Eso, por ponerle una fecha a las calamidades que vienen sacudiendo al mundo desde que el ser humano equivocó su forma de mirarse sobre esta tierra.
¿Qué nos mueve a interpretar nuestra vida de una forma tan totalitaria, tan absurdamente egoísta, tan independiente de la del resto de los mortales?

Debe ser algo que está sin duda por encima de las palabras, por encima de éstas que desde mi condición de pregonero hablan de paz, y por encima de las repetidas hasta la saciedad por quienes desde sus tribunas, sus púlpitos, sus columnas en el periódico, sus programas de radio, o su condición de comunicadores, nos convocan al entendimiento, a la solidaridad, al hermanamiento
.
Parece como si todo nos resbalara por esa concha con la que defendemos nuestra integridad. Ya no nos inmutan, o sí, pero seguimos comiendo, esas trágicas escenas con las que diariamente nos sorprenden los telediarios: niños famélicos, heridos, tristes, comidos por las moscas y la miseria, o, lo que es peor aún, niños armados hasta los dientes gritando consignas de guerra. ¿Qué nos importa? Nosotros estamos aquí, protegidos por una legislación que nos garantiza nuestra seguridad, nuestra economía, nuestro bienestar. Aquello sólo son imágenes; imágenes que durante unos instantes nos dejarán un mal sabor y que, tal vez, para que no horaden en nuestra conciencia, dejaremos de ver apagando la tele o cambiando de canal.

Hace falta un grito urgente, un grito de paz, un basta ya de genocidios, de supremacías, de poderes absolutistas que todo lo solucionan con la fuerza de sus armas, atómicas, químicas, nucleares, bacteriológicas...
Qué hemos hecho para llegar a esto...qué nos ha hecho llegar a esto. ¿Alguien se atreve a contestar, a contestarse a sí mismo? Sabemos lo que está mal, lo que está menos mal y lo que está bien. Y nos produce honda satisfacción el bien que en alguna ocasión podemos haber hecho al prójimo; como nos produce profundo malestar descubrir nuestro egoísmo o nuestra soberbia cuando no hemos sido capaces de controlarla. ¿qué nos ocurre entonces? ¿ por qué no rompemos estas ataduras que nos traban y no nos dejan ser como realmente quisiéramos? Miedo. En el fondo, lo que ocurre es que tenemos miedo, miedo a perder lo que hemos conseguido; miedo a que alguien rompa esa fortificación en la que nos protegemos de todo lo que nos es ajeno. Nos falta paz. Paz interior para mirar por encima de lo fútil, de lo intrascendente; para descubrirnos detrás de la palabrería mentirosa con la queremos justificar nuestros actos. Yo, ahora, mientras os hablo, soy un mentiroso. No os asombréis. Lo que digo podrá ser más o menos bonito, más o menos literario. Pero no sirve de nada. Lo que realmente sirve es el compromiso. Lo difícil, es el compromiso. Lo eficaz, es el compromiso.

Es cierto que más de una vez nos preguntamos ¿y qué puedo hacer yo? Pero cada vez es más cierto que esa pregunta tiene una respuesta válida y que todos en mayor o menor media podemos hacer algo: Comprometernos. Podemos exigir a nuestros representantes políticos que contemplen en sus programas medidas sociales; que inviertan parte de los magros impuestos que reciben las arcas del estado en construir asilos, hospitales; en potenciar ayudas para países subdesarrollados; en mejorar las viviendas. Ya sé que ahora todo eso se hace. Porque cada vez, y esto entre los mismos políticos, hay más gente comprometida; porque cada vez, y esto entre las personas con derecho a voto, hay más gente que reflexiona su particular manera de elegir a nuestros gobernantes. Todo es un compromiso. Cristo fue un hombre comprometido. Y no por ser Dios, sino por ser Hombre.

Llegará entonces, un hermoso momento para la vida. Ya sé que suena a utopía, pero ya se han salvado muchos obstáculos que , no hace tanto, parecían insalvables. Estamos en el camino. Sólo nos hace falta perder el miedo.

Sobrecoge, entonces, encontrarse en un pequeño recinto como es el de esta ermita, tan silencioso, tan apartado de los problemas del mundo, tan preparado para el culto. Sobrecoge contemplar esta pequeña imagen, esta dulce y tierna talla de la Virgen con el Niño; así miran casi todas las madres a sus hijos, quisiera pensar que incluso aquellas que por ignorancia, cobardía, miedo, o falta de medios los abandonan una madrugada en los contenedores de la basura; así trasmiten todas las madres la armonía que reina en su corazón al coger en sus brazos a esa otra parte de su ser que tiene vida propia, luz propia, gestos propios. Y como Ella, todas las madres intentan inculcar a sus hijos  lo que de bueno llevan en su corazón.

Fijaos en la mirada, porque la mirada es un reflejo fiel del interior de las personas; la mirada no engaña, por más que el disimulo se esboce en sonrisa. Pocas miradas hay que reconforten tanto, que descubran tanto como la de una madre mirando a su hijo. Eso, ese estado de arrobamiento, de entrega, de predisposición, es la Paz

Sobrecoge ver la devoción con que un grupo de hombres, fieles adoradores de María, cuidan su ermita, restauran el retablo y las imágenes, pintan los bancos, convocan al rosario en las abiertas tardes de mayo, o preparan con toda suerte de detalles la festividad de su Virgen . Porque eso también es la Paz.

Sobrecoge ver que la vida se detiene entre estos muros para rezar sus plegarias, o dirigir sus súplicas con la mirada puesta en los ojos de quien puede interceder por nuestras aflicciones, por nuestros problemas cotidianos, por nuestros desvelos. Porque eso también es la Paz.

Sobrecoge, en fin, este paréntesis de cera y flores, de reto y rito, para que estas fiestas sean , un año más las de un barrio que no quiere perder su identidad ni el celo por su Excelsa Patrona. Porque esto también es la Paz.

Practiquemos, todos, la paz del espíritu, para que en el horizonte dejen de verse las estelas del odio entre razas, entre religiones, entre vecinos, entre hermanos. El mundo tiene la obligación de caminar hacia la total universalización de los derechos de todos los habitantes del planeta. 
Practiquemos la paz del espíritu para que el fanatismo no se adueñe de nuestros actos; para que las diferencias nos hagan plurales y no enemigos; para que ningún niño muera sin poder ver a su padre por estar prisionero en una guerra absurda.

Practiquemos la paz del espíritu para sonreír al vecino, para consolar al afligido, para alegrar al triste.
Practiquemos la paz del espíritu para sentirnos dignos de la condición humana.

Desde esta tribuna, con la humildad del pregonero que a toque de cuerna, trompeta o bocina, convocaba a los vecinos para anunciar las nuevas en la aldea, os exhorto a que hagáis de  las fiestas de vuestro barrio, una manifestación de júbilo y firmes propósitos, pues será, ésta, la mejor manera de honrar y venerar a vuestra Excelsa Patrona