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viernes, 24 de octubre de 2014

DEPENDENCIAS.

Escribí este articulo hace muchos años, a raíz de una manifestación contra la droga. Por desgracia, su contenido es tan vigente como el día de su publicación.

Leo en Canfali, que la manifestación contra la droga celebrada en Manzanares el día 3 de Enero, no contó con el suficiente apoyo, pues en una ciudad de 18.000 habitantes, no sobrepasarían los 200 el número de participantes. Se lamenta la asociación convocante de la escasa participación y busca el comentarista disculpas en el frío reinante y en las fiestas recientes.

Yo, aún a riesgo de que mi exposición no sea del agrado de muchos, me voy a permitir opinar de un tema tan delicado y candente.

Para empezar, habría que definir lo que es dependencia: Dependencia es aquello a lo que un ser humano se aferra de manera que pueda atentar contra su salud, bien sea síquica o físicamente. Podrían ser dependencias: drogas, sexo, juego, alcohol, tabaco- estas entre las perniciosas, que dependencias hay en todos los órdenes de la vida aunque aparentemente no perjudiquen - y todas aquellas actividades que excedan del uso para llegar al abuso. La dependencia puede estar motivada por unas circunstancias adversas o por una permisividad excesiva; creo que es esta última causa la que puede afectar a la población de mayor riesgo que es la adolescente en una localidad aparentemente tranquila como es la nuestra.

Decir a estas alturas que nuestros hijos han conseguido unas cotas de libertad que excesivas a todas luces. es poco menos que atentar contra una sociedad que ha impuesto una serie de modos para moverse en ella: desde la proliferación de bares-disco-garitos, legalmente establecidos, hasta las intempestivas horas de cierre legalmente autorizadas.

Es moneda de uso corriente que los padres pasen la noche en vela hasta que el niño o la niña, cierran la puerta con el sigilo de un puma cuando va de cacería; solo que en este caso el sigilo es al regreso. Y claro, para evitar comentarios desabridos, y enfrentamientos que no conducirían sino al desarraigo familiar, el padre o la madre, o ambos, tranquilos ya de que otra noche más no haya sucedido nada, se arrellanan en su almohada y consiguen, por fin, conciliar el sueño. A la mañana siguiente, los hijos, que no tienen otra ocupación que levantarse a mesa puesta, dormirán a pierna suelta, indiferentes al mundo que se mueve a su alrededor y que les parece ajeno.

Es esta una cruda estampa que, mirada detenidamente, produce escalofrío; pero que vista desde la cotidianidad toma visos de normalidad. Pero la pregunta es :¿es de verdad normal que nuestros hijos pasen por esta limitación de horizontes sin que se pueda hacer nada por remediarlo?

Y llegados a este punto, alguien se preguntará ¿Tiene esto algo que ver con la droga? ¿son acaso culpables los establecimientos de juventud del tráfico y consumo de estupefacientes? Es de suponer que no. Y preguntados a este respecto ni unos ni otros se sentirán responsables de este tráfico. Pero es evidente que en esas muchas horas de tiempo libre en las que la nocturnidad y el aislamiento son propicios, se mueven los peones de este ajedrez en el que nunca se puede dar jaque al rey. Indudablemente son actividades distintas, pero paralelas; las unas se mueven al ritmo de las otras. Y es cierto que, por desgracia, la droga se puede encontrar a plena luz del día de la misma manera que se encuentra el tabaco y el alcohol; pero es en la clandestinidad donde se produce el mayor comercio y consume.

¿Qué hacer? Sería la pregunta del millón. La respuesta no es fácil; pero, a mi modo de ver, no pasa por las manifestaciones. Es, no cabe duda, un camino, pero quienes van a las manifestaciones son los que no la consumen: padres, amigos de los padres, autoridades, organizaciones anti-droga. ¿Y qué? Para encontrar solución a este mal, hace falta una voluntad individual. Si el propio afectado no se lo plantea, es difícil -por muchas lamentaciones que se produzcan desde la buena fe del que no consume- conseguir algo positivo.
La droga es, en principio, un aliciente que cuenta con el morbo de lo prohibido; con la leyenda de la rebeldía y con el bamboleo de la personalidad. Quienes han caído en esta trampa saben que es cierto. Pero también es cierto en esas otras drogas menos perseguidas aunque no menos dañinas. Uno recuerda el primer cigarrillo, o el primer vino, casi siempre al hilo de alguna apuesta, o del temor a ser catalogados como flojos en esos primeros escarceos en los que no existen referencias. Ni que decir tiene, que la mayoría de la gente que fuma o bebe, darían cualquier cosa por evitarlo. Particularmente cuando se le ven las orejas al lobo; es decir, cuando el médico diagnostica una cirrosis hepática o un cáncer de pulmón en avanzado estado de conquista ( metástasis es la bella palabra que parece definir esta parte terminal del proceso cancerígeno).

Pero curiosamente, estas enfermedades se consideran como normales en una sociedad que acepta como normales las drogas que las causan. Esto, que no mejora ni empeora la situación de quienes tienen estos hábitos, tiene, a mi modo de ver, sutiles diferencias:
1º Nadie que consuma tabaco o alcohol es considerado como drogadicto; para denominar esta dependencia se utiliza el eufemismo de "enfermos".
2º Nadie tiene que robar o matar para conseguir estos productos que al estar debidamente legalizados se encuentran con facilidad y a precios razonables.
3º La sociedad instrumenta las medidas necesarias para intentar curar a quienes fruto del abuso de estos productos contraen enfermedades irremediables.
4º Es considerable el número de personas que al comprobar que la dependencia de estos productos es nociva, lo dejan por propia voluntad.
Decir después de estas comparaciones que la solución pasaría por legalizar las drogas junto a una serie de medidas paralelas sería temerario; pero si nos paramos a meditar, surgen las siguientes preguntas:
¿Acaso se reduce el consumo en la ilegalidad?
¿Sirven de algo las medidas disuasorias?
¿No es cierto que la adulteración es la que más muertes causa?
¿No es cierto que la adulteración es fruto del comercio ilegal?
¿No está la delincuencia, en su mayor parte, motivada por la necesidad de dinero para conseguir la droga?
¿No entran por una puerta y salen por otra quienes, -hábiles y avisados- nunca tendrán en su poder más droga de la que consideren perjudicial para su posible condena, dejando a buen recaudo la restante?
Son reflexiones, estas, que dejan un gran escozor en el estómago; porque uno, tiene en la memoria a esa última víctima conocida y relee sus declaraciones en boca de su madre. Son tristemente graves los estragos que la droga produce en las familias; pero son igualmente tristes los estragos que produce la velocidad, el deporte, la vida en suma, por la que todos nos movemos incapaces de aceptar las normales limitaciones impuestas al ser humano.

Solo nos queda reflexionar y tomar las medidas conducentes a corregir los desequilibrios de una sociedad en franco deterioro; pero, consecuentes con esa libertad, con esa permisividad, con esa falta de diálogo que se ha impuesto en los hogares, bien haríamos en ser los primeros en aplicarnos el remedio