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miércoles, 5 de noviembre de 2014

ÍDOLOS

ÍDOLOS.-

 Manzanares, como todos los rincones de España, por pequeños que fueran y apartados que estuvieran fue un clamor durante el campeonato  mundial de fútbol desarrollado en Sudáfrica. Lo que parecía imposible a juzgar por el inicio con  Suiza se convirtió en probable con Honduras, Chile, Portugal, Paraguay, Alemania (el mejor partido en cuanto a juego limpio y, finalmente Países Bajos, caracterizado por el juego sucio de esta selección, motivado tal vez por la inutilidad de sus esfuerzos para ganar un partido que España supo jugar con inteligencia como todos los anteriores.
Nunca el flamear de banderas fue tan esplendoroso: Balcones, coches, motos, bicicletas, cualquier lugar era bueno para dejar mostrar con orgullo nuestra identidad de españoles.
Lo que otrora fuera considerado como una manifestación fascista  y eludido por los representantes de las fuerzas llamadas progresistas para no ser confundidos con los contrarios, fue en esta ocasión, por generación espontánea, una muestra de solidaridad entre quienes sentían los colores de la selección como propios (entendemos que no todos los que hicieron flamear sus banderas y aún las mantienen en coches y balcones  serían  fachas).

¿Y ahora qué? Cabe preguntarse una vez pasada la euforia. Pues ahora, mientras dure la crecida de estas aguas inconstantes por las que el deporte navega, homenajes y más homenajes a los triunfadores: Nominación de calles y pabellones deportivos en sus respectivos lugares de origen, títulos honoríficos como el que dejó caer el presidente Barreda refiriéndose a Iniesta a quien llamó Príncipe de la Mancha, salidas en la prensa rosa, reconocimientos a todos los niveles (no duden que serán los próximos Príncipe de Asturias al Deporte), y dinero, ríos de dinero por publicidad, reportajes, entrevistas, besos a la novia y todas aquellas veleidades que, quien puede, sea capaz de pagar. Amén de los seiscientos mil euros –no sé si esta cifra será correcta-, que se embolsaría cada jugador si conseguían ganar la competición.

No se trata de minimizar una labor a todas luces excelente de este grupo de esforzados  que dieron lo mejor de sí mismos,  pero sí de matizar las consecuencias de su logro, la exaltación que nos ha dominado no ha tenido parangón en la historia reciente de España y los deportistas han sido elevados al sublime pedestal de los ídolos, algo que hubiera desbaratado un mal bote del balón, un penalty mal pitado o la simple mala suerte que los perdedores han podido considerar que tuvieron.
Si miráramos con detenimiento las consecuencias  de esta idolatría , caeríamos en la cuenta de lo nefasta que puede resultar para quienes se deben esforzar día a día para llevar un salario más o menos digno a su casa , o para aquellos que tienen que salvar trabas y más trabas para conseguir un puesto de trabajo, o para quienes tienen que superar unos estudios largos y tediosos para conseguir  una licenciatura que no les garantiza un trabajo adecuado a sus conocimientos, o para quienes llegan a final de mes gracias al subsidio del paro y no ven horizontes de que esto acabe de otra manera..

¿Agorero?, no creo, simplemente objetivo. Todo tiene un análisis y a veces lo bueno puede tener consecuencias negativas como lo malo las puede tener positivas (de lo malo se aprende). ¿Qué nos mueve a tomar las plazas, a  bañarnos en las fuentes públicas, a escandalizar como posesos, a sentirnos únicos? ¿Es la victoria o es la simple necesidad de salirnos de esa rutina que nos marca, de esas limitaciones que nos anulan, de esos deseos que no podemos satisfacer?

Todo está  bien, pero en su justa medida.. Los jugadores de élite están superpagados, supermimados y supervalorados, por realizar su trabajo con la misma dedicación con la que lo hace un maestro ante una clase de jóvenes díscolos, o un médico en su consulta, o un minero en su mina. A lo mejor hay algo que se me escapa, porque el fútbol levanta pasiones y el resto de las ocupaciones sólo levantan el personal estímulo de la labor bien hecha. A lo mejor a los jugadores se les paga porque nos entusiasmen con su juego, porque nos hagan olvidar que después del partido del domingo tenemos que coger la escoba, o el metro –incluido el de medir-, o tenemos que subirnos a un andamio. A lo mejor la vida es un continuo juego y son ellos los únicos que saben jugarlo.


Hemos tardado muchos años en poder. Ahora nos hemos dado cuenta de que podemos. Ojalá este convencimiento nos sirva  para superar todas las dificultades que como país europeo estamos teniendo en los últimos años; ojalá nos imaginemos como componentes de una selección en la que debemos colaborar dando lo mejor que hay en nosotros. Podemos. Cada uno, desde su parcela, puede mejorar lo que hace. No es suficiente  con tener una selección vencedora. Tenemos que formar parte de esa selección.