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lunes, 10 de noviembre de 2014

PAISAJE URBANO.

Paisaje urbano.-(Vieja colaboración en una revista de feria).

Cada día es más difícil desarrollar una reflexión sobre las excelencias de los pueblos, pues no de otro modo se pueden afrontar las colaboraciones feriales, por quienes no estamos dotados para la Historia, que hablar de una manera bucólica de aquello que en nosotros ha dejado huella.

Ya no quedan, o pocos, patios comunales presididos por la frondosa parra de uvas de "tetavaca" , bajo la cuál, los vecinos remoloneaban a la hora de la siesta. Ya no hay galeras o carros de lanza acarreando las mieses o las uvas, tirados por el paso cansino de las mulas. Ya no quedan lugares recoletos en los que dar furtivos besos a los que, sin género de dudas, serían la madre o el padre de nuestros hijos. Ya no hay relojes que desgranen aquellas campanadas salidas del misterio de precisos entronques que anunciaban la hora mágica del encuentro. Ya no hay nada que recuerde el paso de una época, la nuestra, en el asfalto gris de un tiempo que ya no es tan nuestro.

Así las cosas, uno, que agradece que se acuerden de él y que quisiera evocar aquella parte de su vida que ya no reconoce en las nuevas formas, siente la impotencia de no saber, si no es echando mano del poco oficio que ha adquirido a través de innúmeros intentos, cómo salir airoso del trance.

Volver la vista atrás, supone desandar lo andando, recrearse en lo irreal, confundir el camino. Y a nadie interesa ya lo trasnochado, lo etéreo, lo improbable.

El mundo sigue andando. Tal vez su paso es hoy más ligero, más espontáneo. Ya no se precisa  de lugares aislados para dar un achuchón, o más, a la persona, que por supuesto, no será la madre o el padre futuro con el que ha de cimentar sus ilusiones y proyectos. Ya todo es común, masificado, provocador a veces, para quienes hemos superado la barrera de los años que nos hicieron como somos. .

Pero tanto camino andado no se puede resumir en un artículo de circunstancias. Haría falta más espacio, más detenimiento, menos frivolidad. Porque es nuestra vida la que desgranaríamos en ese rosario de anécdotas, de vivencias, de recuerdos. Y, probablemente tendrían razón quienes dijeran ¿Pero qué cuenta este ahora? Porque, ahora, también ocurren cosas dignas de contar. Y el paisaje urbano también goza de encanto. Ahora, sólo podemos detenernos quienes ya miramos más hacia atrás que hacia delante. Quienes viven, quienes proyectan, lo harán desde una moto a todo escape que también, pasado el tiempo,  arrinconarán en su memoria, o desde esas salas de internautas en las que se navega  en busca de lo imprevisible, o desde el grafiti sugerente de las vallas de los solares.

Los pueblos, como todo lo que tiene vida propia, cambian su fisonomía, sus ropajes, sus colores. Y uno no puede reconocerse en lo que ya no es. Ahora son otros los que deben contarlo. Con distintas palabras, con distintas imágenes. Lo importante es seguir. Y, a fin de cuentas, sólo cambian las formas.