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lunes, 16 de marzo de 2015

CEREMONIAS DE LO COTIDIANO.


                           1
Partir el pan  siempre fue cosa de padre
-recuerdo aquel momento con inefable calidez-:
Sobre las trébedes, el rústico caldero
En el que aún borbolleaba el rojizo caldo del guiso;
Alrededor, la  familia –desde el abuelo hasta los más pequeños-
Dispuesta a recuperar fuerzas
Después de una dura mañana de labranza.
Cuchara en mano,  
Se iniciaba la ceremonia previa a la frugal comida
.No había rezos de acción de gracias
-Aunque puedo asegurar que la ceremonia era sagrada-
Porque padre no sabía rezar
Y los demás probablemente tampoco.
Pero se hacía un silencio respetuoso
En el momento en que padre,
Apoyando sobre el pecho el pan
-sentado ya por los días de espera en la orza-
Y utilizando su bien afilada navaja
Cortaba las rebanadas con calculada maestría
Y las pasaba a cada uno de los presentes
El pan se sujetaba en la mano
Para que sirviera  de apoyo a la cuchara
Evitando el goteo en su viaje del caldero a la boca.
Se hablaba poco durante la comida,
Alguna alusión al trabajo realizado
O al que quedaba por realizar.
Algún comentario gracioso o pícaro
Para despertar el interés de los más jóvenes
Y poco más, por aquello de “oveja que bala…”
Si el pan, por algún descuido, se caía
-y esto les solía ocurrir a los más pequeños-,
Caían sobre el infractor las severas miradas de los adultos
Mientras se recogía y se besaba  el mendrugo
Como si el pan fuese Dios
O algún objeto infinitamente valioso
-que ambas cosas ha sido siempre el pan-.
En aquella ceremonia no faltaba el vino que desde la botella
-A la que previamente se le adaptaba una delgada caña
Sobre el agujereado tapón-
Caía en generoso chorro perdiéndose en las profundidades de las gargantas.
Una exclamación gutural de placer
Y el refriego de la boca con el dorso de la mano
Daban muestra de la satisfacción que sentía el agradecido estómago,
Mientras los más pequeños, con ojos de por qué yo no,
Veíamos pasar la botella de mano en mano saltándose las propias.
Así eran las cosas en esta tierra austera
En este santuario donde el labrador  trabajaba en sagrado
Porque para él la tierra era el único dios
Por el que merecía la pena sacrificarse.
            
                      2

“Tomad todos de él, mi cuerpo es esto”
-Padre nos parte el pan, y aunque no sabe
Que estas palabras son toda una clave
Lo hace con seriedad y grave gesto-.

Pasa de mano en mano el trozo honesto
De ese pan que nos sacia y que nos cabe
Cual cabe al capitel el arquitrabe
Para que siga el edificio enhiesto.

Y tal como en la misa  se recibe
La comunión, con suma reverencia,
Lo atenaza la mano firmemente.

Porque el pan es de Dios,  y la conciencia
De ese gesto sagrado sobrevive

En el viejo zurrón del subconsciente.