Vívida
historia a raíz de una visita al cementerio local.-
D
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Icen los que lo vivieron
-aunque ya van quedando pocos-,
Que aquel era un tiempo
de colores:
Rojo, como la sangre;
azul, como el cielo azul;
Verde, como los pimientos
-aunque al verde lo
marginaran porque era el color de los soñadores-.
Y dicen también quienes
saben del ayer,
Que era tan difícil ponerlos
de acuerdo
-se entiende que detrás o
delante de los colores estaban las personas-,
Que llegaron a
enfrentarse en la más tonta de las guerras: la fratricida.
En las guerras, ya se sabe:
pierden hasta los que ganan
-aunque estos, dada su
prepotencia por la victoria no se den cuenta-.
Y esta no fue una
excepción:
Familias diezmadas,
Odio entre hermanos,
Ruinas y desolación....
Todo lo imaginable y lo
que no se puede imaginar,
Ocupó el lugar que
hubiera debido ocupar la concordia.
Y fue pasando el tiempo;
tanto,
Que algunos de los que
hoy somos mayores,
No vivimos aquellos
acontecimientos.
Pero si la canción dice que
veinte años no es nada,
Habría que agregar que
setenta tampoco lo son.
Porque lejos de hacer del
olvido morada común de los despropósitos,
Nos empeñamos en
resucitar viejos fantasmas al grito de “y yo más”.
Y aunque es cierto que
aún existen diferencias en el predominio de aquellos
colores,
No es menos cierto que
algunas diferencias son insalvables.
Y es por este motivo, que
lo sensato sería hacer tabla rasa
Y comenzar, en memoria de
todos aquellos a los que les arrebataron la
juventud,
Una nueva andadura en la
que los colores, al son de una festiva danza,
Se integraran en una
armónica fusión hacia un camino de luz y de buenos
propósitos.
No sé si este
poema se me está yendo de las manos.
No quisiera darle un tono
panfletario y mucho menos ambiguo.
Y hasta es posible que
esta elegía no hubiera nacido
De no ser por mi visita
dominical al cementerio municipal:
Allí, en continuo
desamparo,
Separados del entorno
colectivo, según el mejor entender de
quien se
vio obligado a ello,
Moran los huesos, que no
las almas,
De quienes dieron -aunque
sería mejor decir perdieron- su vida
Sin la justificación de
saber por qué motivo fueron ajusticiados en el paredón
de los horrores.
Doscientos nombres
-digamos de los que representaban el color rojo-
Rescatados del más
horrible de los olvidos: el de la desmemoria,
Yacen por los siglos de
los siglos sobre el mármol renegrido de las fosas
comunes
Con las que la democracia
pretendió restañar viejas heridas.
En la misma operación
democrática, cuando ya los azules parecían recuerdo,
Y los rojos gobernaban
con la legitimidad de las urnas,
Se derribaron los
monolitos erigidos por los victoriosos, en ocasión de su victoria.
Al grito de democracia es
libertad, desaparecieron las viejas consignas,
En el lugar de los
monolitos amanecieron surtidores con palomas
Y palabras genéricas como igualdad y
pluralismo;
Se derrocó el nombre de
los generales que presidían las principales calles
Para volver a llamarlas
con sus nombres de origen.
Pero no fueron aquellas
medidas fruto del consenso.
El error de los
unos, fue pensar que la vida de los
otros carecía de valor;
Pero el error
de los otros, fue el mismo que el de los unos.
Para ambos las muertes
eran el salvoconducto de las ideas,
Sin pararse a pensar
Que si para que
prevalezcan las ideas es necesaria la muerte,
Es porque que las ideas
están afectadas de filoxera.