Hacerse
viejo no es ninguna tragedia.
(Se lo
digo yo, que ya me estoy haciendo viejo).
La
tragedia sería perder la memoria
(he
sustituido memoria por cabeza),
O
contraer alguna enfermedad de esas que ya nos acompañarán hasta el final:
Glaucoma
ocular,
Artritis,
Próstata,
Párkinson
Demencia
senil…
Enfermedades
de viejo, en realidad, de las que pocos se salvan.
Pero
aún así, los hay que parecen inmunes,
Bien
porque no les afectan de lleno
O
porque saben vivir con sus limitaciones
(Cuesta
toda una vida, no crean,
Aprender
a sacarle partido a las mermas)
Así
que, distinguiendo vejez de enfermedad,
La
vejez es una de las etapas más placenteras de la existencia
(Tal
vez sea porque placentera parece venir de placenta
Que es el lugar donde el ser está más protegido):
No
existen deberes –si no son los que uno
se debe a sí mismo-,
Se han
superado las ambiciones –si queda alguna
es pura costumbre-,
Se
necesita menos para vivir –si se sabe vivir con menos-,
La
seguridad social es gratis –después de cuarenta y ocho años de cotización,
faltaría más-,
El
gobierno te paga las vacaciones –maneras son de afianzar a la parroquia-,
Cobras
sin trabajar –ni en Jauja-,
Eres
reflexivo –el paso de los años es toda una catarsis-,
Ves la
luz al final del túnel –lo malo es que el tren viene hacia ti-,
Comprendes
que los demás piensen que eres viejo
Y que
tus aptitudes se han ido deteriorando
(Tampoco
es cuestión de ponerte a demostrar lo equivocados que están
Es
decir, eres tolerante)
Te
importa menos el tiempo,
La
muerte ya no representa una amenaza,
Sólo le
pides que sea benévola.
(En otras ocasiones, la vejez era el desamparo total,
(En otras ocasiones, la vejez era el desamparo total,
Fíjense
si hemos avanzado en materia social, gracias y a pesar de los políticos).
Y los
que tenemos la suerte de haber accedido
A las
más elementales nociones de navegación por Internet
Tenemos
el mundo en la palma de la mano.
No es
que la ciencia haya alargado la vida, que también.
Es que
la vida es tan dulce que no nos queremos morir.
Y ya se
sabe que no hay mayor empuje que el de la voluntad.
Y si eres
capaz de sortear los fallos de la sanidad pública,
Te
puedes acartonar como Matusalén y rebobinar el cuenta kilómetros..
Ya sé
que este poema puede resultar atípico,
Pero
qué quieren, hacerse viejo supone hablar
Como a
uno le parezca más oportuno.
(El verso
anterior es un eufemismo
Hay
maneras mucho más descriptivas)
Ya no hace falta escribir para la posteridad
(Entre
otras cosas, porque ¿qué posteridad le queda a un muerto?)
Y uno
puede permitirse el lujo de ser algo impertinente.
Al
viejo ya no le importa la hora, le importa el tiempo.
-no
crean que esta frase, tal vez la mejor del poema, es de cosecha propia;
Un
amigo se la oyó decir a un musulmán en Afganistán.
No se
refería a la vejez, se refería al sentido que se le puede dar a la existencia-.
El
tiempo es universal. La hora es sólo una medida perentoria.
El
tiempo es absoluto. La hora es una invención de la prisa.
El
tiempo no pasa. La hora se muere cada sesenta minutos.
Sé que
aún me queda todo el tiempo que necesito
Para
acercarme a mi pensamiento;
Que el
resumen de una vida puede reducirse al espacio de un poema
y, si
me apuran, de un verso.
Tengo
el tiempo suficiente para reflexionar
aunque
supiera que mañana sería el último día de mi existencia.
No me
queda nada por hacer. Y si algo quedara
El
tiempo se encargará de solucionarlo.
Siempre
he creído que era yo el que gobernaba mi tiempo
Y tal
vez por eso, he dado pasos precipitados.
Ahora
es el momento de pasar serenamente,
Por
esta infinitud que nunca supe;
De
pisar la tierra con pasos enamorados, como de labrador que ama su terruño.
Y
cuando el último paso me deje a pie de sepultura o de horno crematorio
No
quisiera que vuestro llanto empañara la visión de mi rostro final,
Porque
ese será el compendio de mi estancia entre vosotros.
Lo que
fui o lo que hice, fue fruto del camino.
Es este
que ahora soy, peregrino después de tantos soles,
El que
pone en vuestras manos su esperanza.