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martes, 28 de julio de 2015

AÚN ES TIEMPO

Hacerse viejo no es ninguna tragedia.
(Se lo digo yo, que ya me estoy haciendo viejo).
La tragedia sería perder la memoria
(he sustituido memoria por cabeza),
O contraer alguna enfermedad de esas que ya nos acompañarán hasta el final:
Glaucoma ocular,
Artritis,
Próstata,
Párkinson
Demencia senil…
Enfermedades de viejo, en realidad, de las que pocos se salvan.
Pero aún así, los hay que parecen inmunes,
Bien porque no les afectan de lleno
O porque saben vivir con sus limitaciones
(Cuesta toda una vida, no crean,
Aprender a sacarle partido a las mermas)
Así que, distinguiendo vejez de enfermedad,
La vejez es una de las etapas más placenteras de la existencia
(Tal vez sea porque placentera parece venir de placenta
Que  es el lugar donde el ser está más protegido):
No existen deberes –si no son los que uno  se debe a sí mismo-,
Se han superado las ambiciones –si queda alguna  es pura costumbre-,
Se necesita menos para vivir –si se sabe vivir con menos-,
La seguridad social es gratis –después de cuarenta y ocho años de cotización, faltaría más-,
El gobierno te paga las vacaciones –maneras son de afianzar a la parroquia-,
Cobras sin trabajar –ni en Jauja-,
Eres reflexivo –el paso de los años es toda una catarsis-,
Ves la luz al final del túnel –lo malo es que el tren viene hacia ti-,
Comprendes que los demás piensen que eres viejo
Y que tus aptitudes se han ido deteriorando
(Tampoco es cuestión de ponerte a demostrar lo equivocados que están
Es decir, eres tolerante)
Te importa menos el tiempo,
La muerte ya no representa una amenaza,
Sólo le pides que sea  benévola.
(En otras ocasiones, la vejez era el desamparo total,
Fíjense si hemos avanzado en materia social, gracias y a pesar de los políticos).
Y los que tenemos la suerte de haber accedido
A las más elementales nociones de navegación por Internet
Tenemos el mundo en la palma de la mano.

No es que la ciencia haya alargado la vida, que también.
Es que la vida es tan dulce que no nos queremos morir.
Y ya se sabe que no hay mayor empuje que el de la voluntad.
Y si eres capaz de sortear los fallos de la sanidad pública,
Te puedes acartonar como Matusalén y rebobinar el cuenta kilómetros..

Ya sé que este poema puede resultar atípico,
Pero qué quieren, hacerse viejo supone hablar
Como a uno le parezca más oportuno.
(El verso anterior es un eufemismo
Hay maneras mucho más descriptivas)
Ya  no hace falta escribir para la posteridad
(Entre otras cosas, porque ¿qué posteridad le queda a un muerto?)
Y uno puede permitirse el lujo de ser algo impertinente.

Al viejo ya no le importa la hora, le importa el tiempo.
-no crean que esta frase, tal vez la mejor del poema, es de cosecha propia;
Un amigo se la oyó decir a un musulmán en Afganistán.
No se refería a la vejez, se refería al sentido que se le puede dar a la existencia-.
El tiempo es universal. La hora es sólo una medida perentoria.
El tiempo es absoluto. La hora es una invención de la prisa.
El tiempo no pasa. La hora se muere cada sesenta minutos.


Sé que aún me queda todo el tiempo que necesito
Para acercarme a mi pensamiento;
Que el resumen de una vida puede reducirse al espacio de un poema
y, si me apuran, de un verso.
Tengo el tiempo suficiente para reflexionar
aunque supiera que mañana sería el último día de mi existencia.
No me queda nada por hacer. Y si algo quedara
El tiempo se encargará de solucionarlo.
Siempre he creído que era yo el que gobernaba mi tiempo
Y tal vez por eso, he dado pasos precipitados.
Ahora es el momento de pasar serenamente,
Por esta infinitud que nunca supe;
De pisar la tierra con pasos enamorados, como de labrador que ama su terruño.

Y cuando el último paso me deje a pie de sepultura o de horno crematorio
No quisiera que vuestro llanto empañara la visión de mi rostro final,
Porque ese será el compendio de mi estancia entre vosotros.
Lo que fui o lo que hice, fue fruto del camino.
Es este que ahora soy, peregrino después de tantos soles,

El que pone en vuestras manos su esperanza.

jueves, 23 de julio de 2015

HISTORIA DE UNA CASA.

No sé porqué tengo que guardar silencio y sufrir humillaciones, vejaciones. abandono, ingratitud...! ¿ Acaso no he sido yo entrañable y acogedora? ¿ No  he aguantado el paso de los años soportando fríos intensos, calores achicharrantes, vientos huracanados, lluvias torrenciales ? ¿ No he vivido más de dos siglos siendo el refugio de quienes han traspasado mi umbral ?  ¿ No he alumbrado vida ? ¿ No he dado el último adiós a los que se fueron antes que yo ? ¿ No he tenido entrañas ?

Si es así; y todos lo saben ¿ por qué me han sumido en este abandono ?  ¿ Por qué a nadie importo y dicen ahora que no soy confortable, que la humedad corroe mis paredes, que es mejor hundirme y hacer un bloque de pisos como estos de enfrente, que maldita la gracia que tienen ?

Estoy aquí, anclada en esta calle -una de las más hermosas del pueblo- viendo como han transformado conceptos urbanísticos y costumbres peculiares. Y no sé si sentirme orgullosa por mantenerme todavía en pié , o llorar desconsolada por el abominable acto de vandalismo que han cometido con las casas que, como yo, dábamos identidad a un pueblo grande, acogedor, importante creo ; manchego sobre todo ; encrucijada de caminos...

" Cañada Real Soriana "  reza un cartel que solo saben descifrar los del pueblo, tan deteriorado está , tan en desuso. Recuerdo cuando pasaban por mi puerta los grandes rebaños de merinos levantando grandes polvaredas; la voz recia de los pastores ; el ladrido de los mastines ; el dolondón de las esquilas ; la ingente masa borreguil apretada y torpe; cruzaban nuestro pueblo , mi calle , en busca de mejores climas para asentarse durante los meses de invierno . Y yo aquí, tan en mi puesto, tan acogedora,  tan blanca como si fuera de nieve en medio de esta desolación de llanuras áridas , tan llena de vida que al buen pastor se le venían los ojos hacia mis ventanas, tal vez añorando la paz de su casa.  ¿ Pero a quien importa eso ahora ? Nadie se ha preocupado de conservar un estilo urbanístico que pudiera decir al visitante : " Sigues estando en la Mancha". Ni los legisladores ni los propios dueños que así que han podido han demostrado tener mal gusto y pocos escrúpulos. Fijaos en la variedad de estilos - ¿ estilos ? - que conforman la calle : Azulejos en los zócalos, miradores de dorado aluminio, aleros cojitrancos y desproporcionados ...(yo creo que eso lo han hecho para demostrarle al vecino quien era más importante ). Y de pronto una mole impresionante sin orden ni concierto; no me extraña que los lugareños lo llamaran el edificio de la leche, pues acostumbrados a divisar las esquinas del pueblo sin levantarse del suelo, se encontraron de golpe con aquél mazaquote y no tenían por menos que exclamar : " Vaya leche".

La verdad es que me divierte saber que soy la única casa que aún conserva su sabor tradicional. Pero me entristece ver que pertenezco a una ciudad que no ha sido capaz de guardar su identidad. Dicen los más viejos del lugar, que junto con Almagro y Villanueva de los Infantes nos llevábamos la palma por nuestro estilo urbanístico - ejemplar a través de los siglos - y que aunque no estamos como  el Toboso o Argamasilla de Alba  unidas a la literatura Cervantina , éramos tan manchegas como ellas ; con nuestros zócalos de azulete y las paredes encaladas y prietas; aún me parece notar el golpe pausado del pisón , insistente, preciso , formando mis tapias ; aún me parece ver al hombre curtido y recio que lo manejaba limpiándose el sudor con su pañuelo de yerbas. Pero aquello es agua pasada; suerte que aún quedan algunos rincones que quizas por despiste o por dificultades económicas se han salvado de la quema y junto a algunas casas solariegas de recia raigambre  siguen recordando que nuestro pueblo también pertenece a la Mancha. Porque mucho vino Yuntero, mucho Torreón,, mucho queso, mucha jotica. ¿ Y para qué si no han sido capaces , no ya de mantener las casas de sus abuelos , si no de hacer una ciudad coherente, convirtiendo la nuestra en un muestrario de abalorios?

Yo sigo aquí por pura casualidad ; pero cada vez más abandonada. El frío rezuma por mis oquedades - más lacerantes cada nueva estación - y no hay nadie capaz de darme un mal enjalbiego."Así se pudra", pensarán mis dueñas que solo han estado pendientes de sacarme el máximo rendimiento con el menor gasto. Gracias a la vecina, que aún mantiene mi aspecto exterior como buenamente puede. Pero mi interior es cochambroso. Fijaos en mis paredes desnutridas y abultadas: en los desconchones que me desnudan y desprotegen del agua y de los hielos, en las puertas destartaladas, en las rejas herrumbrosas; en la maleza que se acumula sobre mi tejado. Me están matando lentamente. Ni siquiera voy a morir con la dignidad de quien sabe que ha llegado su hora. ¿Hasta cuando este maltrato ? ¡No, no me lo merezco !.
Fijaos en la puerta de la cueva, podrida y carcomida. Nadie baja siquiera sea a sentir mi vaho maternal; mi frescor en el verano o mi calidez en el invierno. Antes sí, antes bajaban patatas, fruta, agua, leña ...; era el alma de la casa. Pero llegaron las neveras y si te ví no me acuerdo. Aquí no baja nadie desde que Sánchez Megía murió en aquella fatídica tarde de Agosto en nuestra plaza de toros . Y qué decir de los cachivaches que en su día fueron imprescindibles y que hoy aguantan en las estacas su impuesta invalidez. Ahí está la caldera de cinc , y el zaque dispuesto a seguir bajando a las entrañas de mi pozo y la garrucha medio oxidada que chilla como una loca si alguien intenta girarla y la artesilla y la tabla de lavar y el cordel del pozo medio destrenzado y áspero, inservible ya para su función.¡ Qué de bodegones podría pintar nuestro paisano Antonio Iniesta! ¡  Qué de vida concluída, olvidada, perdida en los arcanos de un tiempo que ya es historia !Hay algo, sin embargo que me mantiene viva : es el recuerdo; en mis dependencias, como en las  de todas las demás casas, se crearon unos vínculos de vecindad que superaban a los de la sangre. " Más que de familia " decían unas vecinas de otras cuando hablaban con alguien que no era de la casa. Y era cierto porque entonces todo era comunitario : el cuidado de las macetas, el enjalbiego del patio y del corral, el rito de salir a barrer la puerta de la calle cuando aún las claras del día no habían roto la oscuridad de la noche, mientras los hombres y los zagales aparejaban las mulas y las enganchaban en el carro y los gatos ronroneaban al calor del fuego que, en la cuadra de lavar, ya habían encendido las vecinas con una buena gavilla y un montón de cepas para calentar el agua que serviría para la colada... Era un buen lugar esta dependencia;  mientras en la artesilla se dejaba la ropa en remojo para que  el ojo ablandara la suciedad, quedaba tiempo para la confidencia, para el chisme, para la crítica. No importaba el frío, ni los sabañones, ni el aire que se colaba por la rendija de la puerta mal ajustada, ni el humo que revocaba de la chimenea que no tenía buen tiro ; nada de esto importaba si el comentario era sabroso :- ¿Sabes lo de la "fulanica" ? Sí mujer, la hija de " la menganica ". Se la ha dejado el novio en puertas de boda y con la casa puesta... Ya había materia suficiente para soportar la dura mañana invernal. Otras  veces eran las canciones coreadas por todas las que daban al lugar una peculiar y entrañable complicidad.

Entonces yo era feliz, me sentía querida; la vida se desgranaba por todos los rincones estableciendo un vínculo entre mis moradores y yo, como si por mis tapias - hechas de tierra - corriera su misma sangre. 

Cómo no recordar aquellas entrañables veladas en las horas en que el tórrido calor disminuía y los vecinos se sentaban en la puerta, sin prisa ya, a saborear aquél vientecillo que a intervalos se levantaba haciendo exclamar a la hermana Lola: ¡ " uy que gustico" ! La vida , entonces, transcurría plácida y tranquila; sin los agobios y las apreturas que ahora tienen que soportar los nuevos modos en los que todos corren arriba y abajo como alma que lleva el diablo ; como si la vida se les fuera a acabar en un momento y no les diera tiempo - que no les dará - a realizar tantos proyectos como tienen ; a utilizar tantas cosas de las que disponen; a llegar a tantos lugares a los que quieren ir...

Me dan pena; porque se están equivocando. La vida es otra cosa. Y lo digo yo, que llevo doscientos años viéndola pasar desde mi acera. Se ha perdido la sonrisa , la fraternidad ... hasta el saludo: .- " Adiós chico, siempre ha habido ricos y pobres ". 
- "Perdona, no me había dado cuenta, llevo la cabeza en tantas cosas "... Pero cómo puedo decirles yo, que estoy condenada al olvido , que deben frenar sus impulsos, que deben buscar su felicidad en las pequeñas y cotidianas cosas , que un gesto amable , una sonrisa, unos minutos de conversación, no van a romper sus esquemas y les hará sentirse más humanos y más arraigados a su lugar de origen.
Como decirles que han perdido la perspectiva y que han emprendido una huída hacia ninguna parte en busca de no se sabe qué apetencias.

La sabiduría no quiere prisas, pero ahora hay pocos sabios. Sabio es mi amigo Rafael, el indigente que vive en las "cuevas del Cerro del Moro ". Tiene setenta años y lleva bastantes avecindado en esta localidad ; es un gran aficionado a la música ; todos los jueves  por Semana Santa , como la procesión pasa por mi calle - no en vano he dicho al principio que estoy situada en una de las mejores del pueblo -  lo veo cruzar junto a la banda municipal  con su pelliza raída y su cara de buena persona ; le encantan las marchas de procesión; todos en el pueblo sabemos que vive de su humilde pensión social y que es feliz. No necesita nada que no posea : lumbre en su chimenea, comida caliente que él mismo se guisa , un pozo cercano que cubre sus necesidades de agua, alguna manta, una - aunque raída- confortable pelliza y unas botas deslucidas que debieron ser de calidad hace veinte años. Pero es feliz, al menos eso dice él, cuando frente a mi puerta se para a hablar con su amigo el músico. No ambiciona nada, solo tener salud y ver pasar la vida desde la puerta de su covacha. Es experto en amaneceres, en puestas de sol, en meditaciones profundas; es, como yo, uno de los pocos vestigios de otra forma de vida que a mí me parece más hermosa que la actual.

Ah, si tuviera que hablar de las buenas gentes que han compartido conmigo sus vidas. Tendría materia para llenar un libro mucho mayor que "El Quijote"; algún día lo haré (si no me derriban antes ) y hablaré del hermano Damián llamado por mal nombre "cagachinas"; de Andrés, el zapatero remendón que casi siempre llegaba "cargado" del mejor vinillo que vendían por cuartillos en la taberna del " Menano"; de  la abuela Dolores que cantaba la jota de Manzanares como nadie; de Javi , el niño que murió cuando
acababa de tomar la primera comunión...¡ Son tantas historias , tanta vida compartida...! Ya solo me queda la hermana Antonia - ya imagináis que "hermana" es una forma cariñosa de llamar a los mayores por estos  lugares - tan viejecita ella ; tan sola en esa triste habitación del rincón detrás de la cortina . Noventa años tiene ya y no quiere perder su independencia. Un día se la van a encontrar tiesa como un pajarico. Lo de su independencia es un decir, porque ya podía su hija buscarle un hueco en su casa ; claro que a lo mejor la hubieran matado ya de un disgusto ¡ porque la hija...! ¡ y no digamos el yerno ...!. Pero mejor no hablar ; si hay Dios ya se encargará de que su justicia divina llegue adonde no llega la de los hombres. Porque cuantos habrá que se hayan ido al otro barrio con fama de buenas personas y no han sido capaces de tener ternura ni tan siquiera con la madre que los parió . Pues ahí está la pobre mujer aguantando como puede con la única compañía de una radio gangosa y atronadora que no apaga ni para dormir; haciendo su comida en el "infiernillo" que algún día le va a explotar o le va a quemar los vestidos y rumiando su soledad con la esperanza de salvar el crudo invierno. Porque a pesar de su edad , es un puro nervio ; su cuerpo es un esqueleto que oscila desequilibrado sobre dos piernas rígidas que mueve como a pequeños saltos dando a su andar un peligroso bamboleo ; me da pena ver su excaso pelo tan poco limpio que a saber quien le peinará ; supongo que su hija de Pascuas a Ramos; o puede que la vecina, porque como ya he dicho anteriormente llegan antes que la propia familia.

Y pensar que  la recuerdo como si fuera ayer... Nada se le resistía ; entonces era joven. Y limpia como la que más ; solo había que ver los colores que llevaba su hija de tanto frotarla para quitarle los  churretes ; entonces la hermana tenía la voz timbrada y cantaba la jota de Manzanares como nadie; entonces la hermana, se levantaba con las claras del día y se iba a rebuscar patatas, o melones, o uvas, según la ocasión, aventurándose a que " el viscoeltrén " o cualquier otro guarda rural de los que se creían los amos por haber pertenecido a los " nacionales ", le dieran un susto de muerte ; entonces ,la hermana, luchaba con la fuerza de una leona para mejorar el exiguo salario de su marido que no alcanzaba para comprar el tazón de leche que daba a su hija ; entonces la hermana no tenía los ojos apagados, ni el vigor perdido, ni la soledad como única compañera...

"La hermana" y yo somos dos ruinas a quien nadie presta ya  atención. Nos han condenado a morir en el más absoluto de los olvidos.
.- " Lo que el cuerpo aguante " dice alguna vez la hermana hablando sola ;.
- "Lo que el cuerpo aguante " , respondo en un eco que sale de lo más hondo de mi ser.
Y es que es lo que yo digo :
- ¡ No se por qué tengo que guardar silencio y sufrir humillaciones, vejaciones, abandono, ingratitud...! ¿ Acaso no he cumplido con mi misión... ?
  

sábado, 11 de julio de 2015

LUGARES DE LA MEMORIA.

           Siempre imaginé que la vida, que sin duda tiene sus caprichos, me conduciría por sendas insospechadas; pero lo más sorprendente estaba por venir.

        Inicio este relato desde un idílico lugar frente a la Ría de Arosa, en Cambados, (Pontevedra). Todo, en este hermoso pazo invita al sosiego, a la meditación, al reencuentro con tanta historia diluida en mi peculiar andadura. Es el Parador Nacional de Cambados un hermoso intento por conjugar armónicamente progreso y medio ambiente, lujo y tradición, gastronomía y acervo cultural. Desde su soleado jardín y acariciado por una brisa que mas parece el roce de un suspiro, intento recordar...

       Yo tendría unos siete años, y mi madre, viuda de guerra, se ganaba la vida con penosos menesteres; normalmente, su jornada comenzaba al salir el sol; recuerdo su mano tibia, que en un gesto protector ponía sobre mi frente todos sus buenos propósitos; después, cogía su raída toquilla de sobre la silla y con un suspiro de resignación y un gesto a modo de cruz sobre su pecho salía a la calle.

         Ya, a tan tempranas horas, algunas de las vecinas más madrugadoras barrían su parte de calle y mi madre entrecruzaba con ellas palabras de saludo.
-Buenos días hermana Petronila , ¿qué, como siempre?.
-A ver, hija mía, este es el cuento de nunca acabar. ¿Y tú, con quién estás ahora?.
-Voy a casa del hermano Remigio, que el pobre anciano, desde que quedó viudo, necesita una mujer que le lave la ropa.
-Hoy no te llevas a Pedrín.
-No, hace mucho frío en la cuadra de lavar, y aunque echaremos alguna gavilla para calentar el agua, no quiero que esté allí no vaya y se queme.
-Bueno hija mía, resignación. Verás como vienen tiempos mejores.

      Se perdía la voz de mi madre a lo largo de la empinada calleja mientras yo, arrebujado en el lecho que compartíamos, intentaba recuperar ese calor corporal que enfriaba su ausencia.

Por aquel entonces, la escolarización contaba con enormes deficiencias y aunque existían colegios públicos, éramos muchos los niños que por diversas causas no podíamos asistir a la escuela. Para compensar esta deficiencia, mi madre, a la que nunca podré agradecer bastante sus desvelos, me llevaba a la casa de un buen hombre, llamado por mal nombre "tronchapilas", quien en una pequeña dependencia, que era a la vez cocina y escuela, y por una modestísima cantidad, me inició en las cuatro reglas básicas para no ser considerado analfabeto.

        Don Acisclo, que así se llamaba aquel maestro, era un hombre entrado en años (a mí entonces me parecían muchos los cincuenta o cincuenta y cinco que luego supe que tenía ) que por causas de depuración había sido cesado de empleo y sueldo y vivía  haciendo honor a aquel refrán que alguna vez oí y que decía: "Pasas más hambre que un maestro de escuela".Por lo demás, D. Acisclo era un hombre serio y profundamente enamorado de la enseñanza. Nunca sabrían los ganadores de la contienda civil el gran daño que hacían al país eliminando, por cuestiones políticas, a personas como Don Acisclo.

Y fue en aquella humilde habitación donde prendió la chispa del deseo en mi corazón ; chispa que ya nunca dejaría de arder y que solo se apagará, cuando los designios que configuran mi existencia me acojan en el lecho final.

* * * * * * * * *


Aquella noche, mi madre, desde la seriedad de su negra indumentaria, me miraba con especial interés.
-¿Que ocurre madre?, pregunté desde la cortedad de mis temores.
Mi madre exhaló un suspiro hondo y cogiendo mi mano entre las suyas agrietadas y toscas me dijo: -Mira, Pedro   cuando mi madre suprimía el diminutivo la cosa prometía ser  seria , ya tienes once años y eres fuerte; tú sabes que te quiero con toda mi alma y que nunca permitiré que te ocurra nada malo. Si viviera tu padre, sería su brazo seguro el que ganara el sustento necesario. Pero ya ves, murió antes de que tú pudieras decirle papá y desde entonces solo hemos logrado sobrevivir de mala manera. Todo el mundo abusa de quien no puede defenderse, y yo, pobre de mí, apenas se poner mi nombre. No se como voy a poder sacarte adelante; cada vez me parece más difícil pagarle a don Acisclo las doce pesetas que nos cobra por enseñarte a leer y escribir. Y eso que el buen hombre me dice que no me preocupe. Además me siento cansada y tengo miedo de que algún día te quedes solo. No puedo vivir con esta pena...
     -Madre, yo...
    -Déjame continuar hijo. Verás, la vida es una lotería. Hay quien tiene la suerte de cara y todo le sonríe. Pero otros..

No pudo contener un sollozo hondo y se llevó las manos a la cara tratando de ocultar su debilidad.
    -Yo te cuidaré, madre; trabajaré mucho; te compraré un vestido precioso. Te...
    -Hijo mío, nunca dejes de ser generoso. Tu padre también lo era. Y recuerda siempre que es mi amor por tí el que me hace dar este paso tan doloroso...

     Por primera vez, aquella noche fría de finales de noviembre, dejó sobre mi carne las huellas del desconsuelo. Me sentí pequeño, tan pequeño que casi me desvanecía bajo la mortecina luz de los candiles. Mi madre lloraba mansamente incapaz de continuar hablando. Sentí por mis venas una sensación extraña. Yo no sabía entonces lo que era la rabia. Pero debí sentir rabia, impotencia, desesperación, miedo... todo en un mismo vuelco de sangre. De pronto me sentí mayor, casi viejo.

A la mañana siguiente, supe lo que mi madre no pudo terminar de decirme. En la cocina, junto a la puerta que daba al patio, una vieja maleta presagiaba el desenlace.
-Ven conmigo, dijo mi madre con una energía que contrastaba con la ternura de la noche anterior.
Me dejé conducir receloso y cabizbajo. Caminábamos deprisa, sin contestar a las vecinas que miraban extrañadas deteniendo por instantes sus escobas.
Después de cruzar todo el pueblo, llegamos a la parada del renqueante autobús que nos conduciría hasta Madrid en un viaje que a mi me pareció triste y largo, y en el que lejos de ilusionarme con el paisaje y las novedades del trayecto, me sentía como siempre me imaginé que debían sentirse los pajarillos que se caen del nido. No sé porqué asociación de ideas me vino esta imagen a la mente; yo era, en ese instante, un ser tan desvalido como aquellos pajarillos de angustioso piar, que sin duda reclamaban el cálido rebujo de las plumas maternas.
Mi madre, desde la severidad de su rostro, no parecía invitar a confidencias, y yo no alcanzaba a imaginar el porqué de esa actitud; aún tardaría algunos años en comprender que era solo dolor lo que mi madre trataba de disimular.
     Por fin, llegamos a Madrid. Para quien nunca había salido de la calma de un blanco y pequeño pueblo manchego, aquel tráfago resultaba ensordecedor. Mi madre, decidida como yo nunca  la hubiera supuesto, sacó un arrugado papel del bolsillo y preguntó a un guardia por la dirección que allí rezaba.
-Pero eso está lejos, señora; debería Vd. coger el tranvía que pasa por Atocha y que les dejaría en Cuatro Caminos; desde allí está muy cerca la calle que buscan.
-Vd. dígame como puedo llegar andando, dijo mi madre sin perder su apostura.
Tras dilatada andadura, salpicada de numerosas pérdidas y otras tantas preguntas, llegamos a la casa que respondía a aquella dirección.
En ella vivían las herederas de una acaudalada familia de nuestro pueblo, dos mujeres de mediana edad y aspecto reservado y pulcro que se miraron sonriendo.
-Aquí lo tienen ustedes, dijo mi madre, empujándome ligeramente hacia ellas.

Yo intentaba resistir el movimiento que inevitablemente provocaba el empujón. Miré a mi madre sin querer comprender y vi dureza en su mirada. Volví la vista hacia las dos mujeres que aguardaban y noté en sus ojos una dulzura extraña, casi tímida. Me alargaron sus brazos y lentamente, inicié los tres pasos que me separaban de ellas...


* * * * * * * * * *

      La habitación a la que me condujeron era confortable, luminosa. Un amplio ventanal, daba a un jardín exterior de hermosas plantas que yo no sabía denominar. La cama, de hierro y latón, estaba cubierta con un blanquísimo edredón con aplicaciones bordadas simulando un sol emergente tras una inevitable colina. Un armario amplio, en el que mis escasas pertenencias se perdían, flanqueaba la habitación por la derecha y un escritorio de nogal, austero y fuerte, lo hacía por la izquierda.
 
  No pude evitar la comparación, ni el rubor que encendió mis mejillas al comprender que aquello despertaba en mí encontradas sensaciones que nunca hubiera imaginado sentir. Algo parecido al júbilo, como aquella vez que mi madre me llevó un caballito de cartón cuando yo tenía cinco años, se intentaba colar en mi entristecido corazón.

 Aquella noche, lloré como nunca recuerdo haberlo hecho; ni antes ni después de aquel momento. Pero eso fue todo. Definitivamente, acepté el magnánimo sacrificio de mi madre.
A partir de aquel día, mi vida dio un giro insospechado. Mis tutoras, a las que llegué a querer sinceramente, tenían todo previsto para mi llegada; uniforme, libros, lápices, cuadernos... y sin más dilación me presentaron al director del que sería, por primera vez en mi vida, mi colegio. Era éste, un centro privado , dependiente de una orden religiosa, al que solo accedían los hijos de la más selecta sociedad madrileña. De cómo me integré en aquel ambiente, prefiero guardarlo en el arcano de mi alma, porque los hijos de la más selecta sociedad madrileña no me lo pusieron nada fácil. Pero yo era, pese a todo, fuerte. Y las lecciones del buen don Acisclo, de quien ni siquiera pude despedirme, fueron buena referencia, para no sentirme marginado en el aspecto educativo. Así, al cabo de unos meses, conseguí ganarme el respeto de quienes, en un principio, vieron en mí a un tímido chico de pueblo del que parecía fácil burlarse.

                                                       * * * * * * * * *

 Hablar de mis tutoras, sería cuando menos, una muestra del agradecimiento que durante toda su vida les profesé. Y aún hoy, cuando la ausencia ha puesto entre nosotros barreras eternales, no tengo por menos que recordarlas con una veneración pareja a la que profeso a mi madre.

Elena y Remedios, eran dos almas gemelas que por razones de timidez, o de otras que me atrevo a imaginar, se quedaron para vestir santos. Su padre, oriundo del mismo lugar en el que nací, descendía de una familia importante en la que todos los hermanos eran notarios; alguno creo que llegó a ser notario mayor del reino, y él mismo, fue general de división. Debió ser un hombre severo, a juzgar por las fotos que presidían la pared principal de la dependencia utilizada como biblioteca, aunque ya se sabe que las fotos son solo una pose. La madre fue una distinguida señorita de Madrid que había cursado estudios de piano en el real conservatorio de la misma ciudad y que llegó a tener notoriedad como concertista. De esta unión, y como única descendencia, nacieron mis dos tutoras que con una escasa diferencia de edad parecían fruto de una misma concepción; quedaron sin madre a temprana edad, y su padre las ingresó en un internado de señoritas en el que recibieron una amplia y severa educación. Poco después de alcanzar la mayoría de edad, falleció su padre, empedernido fumador, de un cáncer de pulmón irremediable, con lo que Elena y Remedios se vieron solas, tristes, y dueñas de una inmensa fortuna que entre bienes rústicos y urbanos, rentas, cosechas, alquileres y una considerable suma en monedas de oro, les hicieron sentir el peso de una responsabilidad para la que no estaban preparadas. Posiblemente esta causa, las hizo retraídas y algo desconfiadas, por lo que no hubo partido, y los tuvieron, que parecieraconveniente a sus recatadas mentes.

Transcurrieron algunos años de una relativa calma  espiritual, en los que ambas hermanas apadrinaron toda suerte de eventos en favor de los más desposeídos. Pero su natural bondad, les inculcaba la necesidad de sentir esa entrega en propia carne. Así que algún día de los que regresaban al pueblo para controlar sus fincas y casas de labor, debieron conocer a mi madre y saber de nuestra difícil situación, tras lo cual, y hechas las oportunas negociaciones, mi madre convendría, pensando en un mejor porvenir para mí, en cederme en calidad de pupilo.  

Yo era un chaval de natural alegre, y una vez superados los recelos, fuí para sus vidas mortecinas, como una chispa de luz que les abrió nuevos horizontes. Mi formación progresaba con normalidad contribuyendo a ello en gran medida, la solidez de conocimientos de mis tutoras; Elena había estudiado música y era, como su madre, una virtuosa concertista que si bien dio algunos conciertos en Madrid, nunca quiso salir al extranjero por no dejar sola a su hermana; Remedios era una consumada pintora que pasaba largas horas delante del caballete en un soleado estudio que era algo así como su santuario; por la misma razón que Elena, nunca quiso exponer sus obras a pesar de solicitárselo prestigiosas galerías de arte.
Y en este ambiente culto en el que la armonía reinaba por todos los rincones de la casa fuí desarrollando esta etapa crucial de mi personalidad, sin olvidar ni un solo instante que todo se lo debía a aquella abnegada mujer que fue capaz de renunciar por amor a sus derechos de madre. ( ¡Ah, madre, si alguna vez pudiera devolverte el bien que me has hecho !).

                                                                  * * * * * * * * *

Pero el destino, que va tejiendo en nuestras vidas su tela de araña, me tenía reservados otros caminos que si bien, ya nunca fueron nefastos, dejaron un gran vacío en mi corazón.

Una mañana, mis tutoras entraron en mi habitación con gesto serio; levanté la vista del libro de historia que estaba estudiando y las interrogué con la mirada. MI corazón latió descompasado, adivinando tal vez el desenlace. Por fin, Remedios, en un hilo de voz, me dio la triste noticia. Mi madre había muerto. Una gran soledad invadió mi alma; musité :¡ madre !...y llegaron en oleada los recuerdos de aquellos primeros años en los que su figura era todo mi horizonte.

Regresamos al pueblo para efectuar las exequias. El pequeño camposanto jalonado de cipreses, era un hermoso lugar para el inicio. Porque estaba seguro de que aquella muerte era tiempo de inicio para mi madre; de que su sufrimiento tendría en equidad la justa recompensa de una vida gozosa en un lugar acaso presentido en su corazón.

Mi mayoría de edad, supuso un nuevo rumbo en mi existencia. No sabía como decir a aquellas dos almas buenas que la mía necesitaba aventuras; que yo era un volcán incapaz de contener por más tiempo la ardiente lava de mi sangre; que necesitaba conocer mundo, vivir nuevas experiencias, estar allí donde la vida prologaba sus conquistas.

Se quedaron sobre la escalinata del portón, con su mano levantada en un triste gesto de adiós. Sus ojos querían decirme lo que su timidez les impedía transmitir con palabras. Dejé la maleta sobre la acera y corrí hacia ellas para fundirme en su abrazo.
- Nunca os olvidaré.

         Han transcurrido muchos años. Mi rostro se ha curtido por vientos de guerra, por genocidios, por tragedias que nunca he sabido comprender. Mi nombre ha cobrado triste fama como corresponsal en el extranjero para diversos periódicos. He contado la guerra desde el lado de los perdedores; he intentado hacer comprender al mundo el sin sentido del fanatismo, el error de las armas, el dolor de las almas. He luchado, desde la palabra por la paz, por la democracia, por el desarrollo de las zonas más deprimidas de la tierra. He hecho mía la oración que cada mañana entonan todos los elementos de la naturaleza; he descrito la armonía que envuelve el Universo y la otra pequeña de las almas que como Elena, como Remedios, como mi madre... se esfuerzan por llevar su carga pesada o liviana con toda la dignidad de la que son capaces.

* * * * * * * * *

Mis tutoras fallecieron con un corto intervalo de tiempo entre ambas muertes. No podía ser de otra manera. Era tal el sincronismo de sus almas que una no pudo soportar la ausencia de la otra. Yo estaba incomunicado en una de esas guerras cruentas en cualquier lugar del mundo, intentando, por enésima vez comprender el origen de tanto odio, de tanta sangre, de tanta sinrazón...

De pronto me descubrí solo. Fue una sensación distinta a cualquiera de las vividas en los momentos difíciles de mi existencia. Decidí poner fin a aquel largo y voluntario exilio; regresé a Madrid cuando ya España había iniciado un apoteósico desarrollo; nada recordaba , en esta primavera de Mil novecientos ochenta y cinco a aquella otra España de la que huí tratando de encontrarme en algún recodo de mi camino.

     Y sin embargo, nunca había sentido la soledad llenando las estancias, rebotando en los cuadros, colgando en las lámpara, deslizándose por las notas de una fermata...Aquella casa, en la que viví los años más dichosos de mi existencia, seguía manteniendo una especial armonía en su abandono; el piano, aguardaba manos que sacaran e su entraña el sentimiento tantos años acumulado, el caballete soñaba un lienzo para atrapar un gesto; los muebles reclamaban vivencias en su estática inmovilidad; la penumbra soñaba con la luz; el sol desperezaba, a intervalos, la plácida quietud de mis fantasmas.

Lo decidí de pronto: Recorrería España; esta España de la que se hablaba en los foros internacionales y a la que se ponía como ejemplo de una transición democrática; esta España luminosa y multicolor, donde las autonomías iniciaban una recuperación  de valores y tradiciones. Mi corazón saltó gozoso; anhelaba sentir que la vida tenía una claridad en la que nunca había reparado; que mi tiempo reclamaba bonanza y que mi lucha había tocado a su fin.

Podía permitirme unos años de relativa complacencia. Nada había que tuviera potestad sobre mí, salvo la propia vida. Era el momento de iniciar la reconquista.

Conocía un medio único para descubrir las zonas más pintorescas del país. Ya, en ocasión de unas jornadas veraniegas, había ido con mis tutoras a uno de los lugares más tranquilos y hermosos que recuerdo: La Hostería de Alcalá de Henares, emplazada en el antiguo Colegio Mayor de San Jerónimo, en la que los paseos bajo sus arcadas,  la belleza de su patio, armónicamente ajardinado y el cálido ambiente de sus instalaciones, abrieron ante mis atónitos ojos un mundo de posibilidades hasta entonces ignorado.

                                                                * * * * * * * * *

Y aquí estoy, apurando los tibios rayos de sol que reconfortan mi espíritu en este pazo gallego convertido hoy en Parador Nacional; reviviendo un pasado de luces y sombras que dejó huella en mi sangre; pero sabiendo que es, éste presente, un tiempo de apacible bonanza por el que aún podrá deslizarse mi vieja arboladura.

Ya no espero nada. Ya no aspiro a nada. Simplemente a estar, a sentir el embrujo de estos enclaves únicos donde la vida detiene su prisa, su inquietud, su empuje...

De Bielsa a Benavente; de Jarandilla de la Vera a Guadalupe; de Ciudad Rodrigo a Cervera de Pisuerga; sin orden, sin prisa, a merced del destino caprichoso; anotando la magia, la belleza plural de estos rincones; bebiendo atardeceres a sorbos decididos; restañando mis viejas cicatrices con esta nueva forma de terapia.

Se cruzan mis caminos con nombres conocidos. Y es el abrazo, entonces, un eslabón que anuda mis vivencias. Otras veces, coincido con colegas en seminarios que tienen como marco alguno de estos hermosos paradores que trazan la silueta de esta esquina de Europa en la que la vida tiene sabor a mañanas recién estrenadas, o a noches compartidas en apacible tertulia. Algunos me incitan a que de conferencias; recibo invitaciones para coloquios y mesas redondas que, o bien eludo, o cuando me entero en alguno de mis regresos a la casa de mis tutoras -nunca sabré decir mi casa, y eso que me nombraron heredero legal de algunos de sus cuantiosos bienes- están canceladas.

al vez después, me digo, mientras preparo la nueva excursión jugando a la ruleta sobre el mapa de España.

sábado, 4 de julio de 2015

EL LIBO DE LA VIDA

Ahora que el libro ya ha tomado tal volumen
que es imposible moverlo de su atril,
abro sus hojas con un cuidado extremo,
tal si buscara una cita litúrgica o, no sé,
alguna de esas huellas amarillas de tiempo
en las que pude ser pretérita existencia.

Espero que se entienda la metáfora:
Yo soy el libro, las páginas escritas
paso a paso vivido. Con todos sus borrones,
también las tachaduras, los puntos suspensivos,
que tal vez fueron dudas, o posibles caminos
abiertos a otras tantas inquietudes.
Si logro descubrirme sonrío como el otro
que pude ser, me reverdezco, vuelto niño otra vez,
o acaso navegante por tanta tierra adentro
como he cargado ya sobre mis hombros.

El libro de mi vida no es tan interesante
que pueda despertar curiosidad.
Sólo a mí me transporta, sólo a mí me recuerda.
Puede que alguna historia tenga que ver con  alguien,
pero le dará otra lectura; una versión distante
de la que en mí dejó memoria y rastro.

Con infinito esfuerzo retomo los capítulos pasados.
A veces son pequeñas pinceladas, esbozos de lo íntimo.
Aún sigue entre sus páginas aquel cabello rubio
que un día pudo hacerme pensar en el suicidio;
aún tiene acotaciones en los márgenes
- palabras entre líneas que sólo yo deduzco-;
aún huelen a verano las lilas de ese nombre
que, tras vanos intentos, no consigo saber a quién responde.

Hojeo entre sus páginas. Me detengo en aquellas
que me parecen dignas de un buen protagonista.
Pudo ser, pero aquello no lo he vivido yo,
no este que intenta aferrarse a un destello
-mareas de la sangre en un último intento de anegarme-
.
¡Hay tanta luz prendida entre sus páginas,
tanta entrega gozosa, tanta vida, que no sé si viví,
tanta distancia entre el ser y el no ser que me provocan!

Y aún debo de escribir el último capítulo,
inventarme un final, tal vez heroico...

O dejarme llevar, como hasta ahora, a merced de la vida.