Con frecuencia, quienes me
leen (no son muchos) dicen que mi poesía es pesimista. Hombre, de humor no es;
frívola tampoco. Podría hacerla y de hecho algunos poemas hago. Pero cuando me
pongo los apechusques de poeta me
alejo de lo superficial y me encierro en mi mismidad ( ya sé que la palabreja
es rebuscada, pero ahí está la condición del poeta, en encontrar las palabras
que definan de manera literaria o hermosa o distinta, lo que podría ser
coloquial, con lo cual no sería poesía).
Yo diría que es realista y se
enfrenta a aquellas situaciones o emociones que nos van conformando y que son
el trasfondo de toda vida, por mucho que queramos eludir lo que para algunos
puede sonar a trágico.
Por último, en mi caso y en
el de muchos poetas a los que he leído, es esa cualidad la que los impulsa a
escribir. No quiere esto decir que uno sea así por naturaleza, o no siempre. En
alguno de mis poemas digo “canto en las horas bajas/ porque en las más
alegres/vivirlas/es bastante”
Así que aquí os dejo otra que
aunque parezca que corresponde a mi reciente edad, se conserva
desde hace muchos años en mi archivo. Lo que quiere decir que mi forma
de entender la vida y la poesía, viene
de lejos. ¡Y ya está bien de explicaciones!
TRAYECTO.
Llegados a este punto uno
comprende
que se apaguen los ojos, que
se anule
su gesto de firmeza, que se
vuelvan
tragedia los recuerdos y el
futuro
nos anegue de tanta
soledumbre.
Llegados a este punto uno
descubre
lo poco que nos queda, lo
importante
que es saber que la meta es
la escalada
de ese puerto final al que
sin duda
llegaremos escasos de
entereza.
Llegados a este punto
equidistante
entre el ayer y el nunca, se
estremece
la sangre en sus alberos,
como el toro
cuando siente el rejón
morrillo abajo
y ventea el olor a sangre
propia.
(Es esta referencia,
permitidme,
la más exacta imagen de
sorpresa
que puedo imaginar).
Ahora
prosigo:
en este punto exacto nace el
alba
que nos hará entender el
claroscuro
que producen las dudas. De
repente
la palidez se enquista entre
los sueños
como un aldabonazo en las
entrañas
y uno deduce, al fin ,que ya
está todo
pendiente de visado, del
último visado
que, como siempre firman los
de arriba,
los que tienen la llave del
misterio.
Mientras tanto,
aún con la lucidez haciendo
astillas
en el gastado corazón, se
acierta
a comprender los gestos, la
tragedia
que supone el final, cuando
la mano
ha rendido el vigor y tiembla
inerte
sobre el triste deshecho que
sonríe
con esa estupidez que da el
olvido.
Uno aún puede entender, por
eso mira
tanta imagen cuajada de
tristeza
como pone la vida ante sus
ojos.
Sin acertar a descubrir la
forma
dulce de las entregas.