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miércoles, 15 de marzo de 2017

CIRINEO

Próxima otra vez la Semana Santa, echo mano de uno de mis escritos que, a pesar del tiempo transcurrido desde que lo hice, me parece tan vigente como si lo hubiera escrito ayer.

CIRINEO.

Por qué,  yo, por poner un  ejemplo, que me siento por naturaleza desvinculado de los dogmas de la Iglesia Católica, puedo escribir apasionados sonetos sobre la Pasión de Cristo. Por qué tanta gente que no pisa la Iglesia si no es en funerales, cabodaños, bodas o bautizos, caminan detrás de la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón con un inusitado fervor. Por qué perdura, a lo largo de la hstoria la trágica representación de la muerte de un idealista, cuando tantos han muerto sin que la misma historia sepa de su existencia. Por qué somos capaces de aguantar indiferentes tanta atrocidad como el mundo nos enseña a través de telediarios y prensa y nos sobrecoge el dolor de unas escenas desarrolladas en cartón piedra con visos de leyenda.

Independientemente de creencias, que respeto sea cual sea la índole, y de exaltaciones que predisponen a la interpretación de un suceso, siento que es otra la razón por la que la gente responde a determinadas llamadas. En el caso que nos ocupa, y pese a que alguien pueda sentirse escandalizado por mi exposición, creo que la razón escapa a lo divino y se acerca, por lo cruenta,  a lo humano. Nos duele la muerte de Jesús, no por ser Hijo de Dios, sino por ser da carne y hueso; con sus limitaciones en el dolor, con su desesperanza en las últimas palabras pronunciadas, aquellas en las que su voz se estremece ante la inminencia de la muerte y, por qué no pensarlo, ante la inutilidad de su sacrificio. Es su cercanía, la que lo eleva en nuestros corazones a la dimensión de Dios, y es su mismo deseo, en lo esencial de su doctrina,  el que nos mueve a admiración hacia quien fue capaz de llevar sus ideales
hasta las máximas consecuencias.

Hoy, dos mil años después, está claro que el mundo sigue necesitando idealistas; no uno, que asuma los pecados de quienes en él sobrevivimos, sino muchos que prediquen palabras de proyección, de vida, de integración, de congruencia con la realidad de un mundo que cada vez es más pequeño; un mundo en el que, dada su cercanía, no se puede mirar hacia otro lado o ignorar los problemas de países que, antes, pudieran parecer inexistentes.. Hoy, más que redentores se necesitan cooperantes; más que maestros se necesitan discípulos, más que líderes se necesitan compañeros..
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Hoy, dos mi años después, la humanidad sigue estando dividida por las mismas secuelas que siempre la han dividido: razas, creencias, fronteras, fanatismo..., y aunque es cierto que las muestras de solidaridad son cada vez mayores, no es menos cierto que la ingente tarea pendiente,  aún está en los albores.

Dependerá de gobernantes, de misioneros, de voluntarios; de idealistas en suma, que sigan teniendo fe en que la Tierra Prometida está aún por llegar; dependerá del propio ser humano que trabaje por acortar las distancias sin merma de las propias identidades; dependerá de poner a trabajar las intenciones que hay detrás de las palabras; dependerá de la entrega generosa que cada cual ponga en la parcela en la que le ha tocado desarrollarse.

No digo nada nuevo, ese es el camino iniciado, ya,  por tantos nuevos Cristos que mueren en guerrillas en las que nada les va sino el amor a sus semejantes; que sacrifican su juventud y su comodidad para seguir el camino que Él dejó trazado en su palabra; que entienden que la vida tiene un sentido mucho más plural que el de la simple subsistencia; en definitiva, quienes viven su tiempo asumiendo el compromiso de ser partes integrantes de un mismo engranaje.

Por eso hoy, cuando la procesión del Crucificado pasee por nuestras calles, no será bastante con inclinar la cabeza y, con un signo de genuflexión  olvidarse hasta el año siguiente. Hoy, cuando los ojos del Nazareno se crucen con nuestra mirada debemos darle la impresión de que hemos entendido su mensaje y estamos dispuestos a ponerlo en práctica en la medida de nuestras posibilidades; de que somos el cirineo que le ayudará a llevar la Cruz en este trecho del camino que pasa por nuestra puerta. A lo mejor, Él, también espera el milagro...